Cuando se cumplen ocho años de la que fuera la más grande, Rocío Jurado, su familia se encuentra en uno de los momentos más delicados: su viudo en la cárcel, su hijo en proceso de desintoxicación y sus hijas no se hablan y es que desde que desapareciera, nada ha vuelto a ser igual.
Vanity Fair se pone en contacto con los que estuvieron al lado de la de Chipiona y nos cuentan la historia íntima de Rocío Jurado. Tras luchar un año y diez meses contra un cáncer de páncreas que no pudo vencer, cerraba los ojos por última vez el 1 de junio de 2006.
Ella quería estar siempre rodeada de los suyos y así lo hizo en su último día de vida, aunque tras su muerte «nada ha vuelto a ser igual» confiesa el poeta gaditano Antonio Murciano y es que la familia se separa cada día más, «Rocío siempre fue el nexo de unión de la familia, la clave del clan y la persona más generosa de cuantos había», asegura Murciano.
El testamento muchas veces se convierte en el motivo de separación y enfrentamiento para muchas familias, pero en esta ocasión Murciano revela: «Nadie se ha quejado del testamento, pues fue muy claro. A Gloria le dejó el chalé de Chipiona; a Amador la finca Los Naranjos y dos naves, una para el hijo de este, ahijado de Rocío; a José Ortega Cano su parte de Yerbabuena y la ganadería; a su hija Rocío la nombró heredera universal de todos sus derechos, sus joyas y vestidos, además de la casa de Madrid, cuyos beneficios, tras su venta, deberían ser repartidos entre sus otros hermanos, José Fernando y Gloria Camila, quienes recibieron una suma de dinero al cumplir los 18 años; y hasta a su fiel secretario, Juan de la Rosa, le dejó un adosado en Chipiona. Todo el mundo conserva lo que ella les dejó. No le falló nunca a nadie».
Si algo queda claro después de la muerte de la tonadillera es que era el pilar fundamental de la familia y es que «Rocío sacaba adelante a toda su familia. No era la hermana de Amador y Gloria, era la madre de todos. Como amiga era auténtica y más como hija, madre, hermana y esposa», asegura para la revista Vanity Fair el modisto Antonio Ardón.
Durante su última entrevista con Jesús Quintero, en enero de 2006, recordaba muchas anécdotas de sus primeros pasos como artista ya que incluso hizo huelga de hambre hasta que su familia le permitió viajar a Madrid a probar suerte. Cantaba en los pequeños tablaos siendo menor de edad por 300 pesetas al mes, dinero con el que trajo a todos los suyos a la capital, unos inicios duros pero que le llevaron a ser la «más grande».
«Era una chica inocente pero provocadora. Si era buena como artista, mejor era como persona. Fue La Chipionera cuando empezó y lo siguió siendo ya consagrada y hasta su muerte. Siempre muy humilde y generosa, nunca fue de egos. Tenía una personalidad como para estar siempre enamorado de ella» comenta sobre ella Enrique Garea, el primero en descubrir su voz.
En cuanto a su vida sentimental, junto a Enrique García Vernetta Rocío atravesó una de las mejores etapas de su carrera y era feliz al lado de Enrique. Pero el valenciano no le pedía matrimonio. «Fue ella quien me propuso hasta tres veces que pasara por vicaría, pero no quise -relata al teléfono García Vernetta-. Estaba muy enamorada de mí, y yo de ella, pero no veía el momento. Rompió la relación y al poco se casó con Pedro Carrasco. Actuó por despecho» publica la revista.
Sobre su segundo amor, Pedro Carrasco y padre de su primera hija, Rocío Carrasco, la cantante comentó: «A Pedro lo conocí cuando atravesaba una época muy mala, me habían operado de un nódulo en las cuerdas vocales y había roto con Enrique». «Su hija era el verdadero amor de Rocío. Fue muy buena madre, excelente, que no tocasen a su niña. ¡Cuidao!, mataba por Rocío», asegura Antonio Ardón y añade «Rocío siempre quiso tener más hijos, por eso llegó luego la adopción de Fernando José y Gloria Camila».
Según relata Antonio Murciano, el principal motivo por el que Rocío y Pedro se separaron fue la distancia: «Yo viví todo el problema de Carrasco con ella. El disgusto tan fuerte que se llevó. Pedro salió con una mujer y tuvo relaciones mientras Rocío estaba en América. Jurado se enteró, le sentó muy mal. 'A mí no me pone los cuernos nadie', dijo. Aquello fue muy serio. Pedro intentó por todos los medios pedirle perdón, pero ella se cerró en banda, pues había estado enamoradísima de él».
Los rumores sobre su primer amor siempre le siguieron de cerca. Enrique García Vernetta cuenta que por entonces ella seguía enamorada de él. «Un día en el aeropuerto Rocío me dijo: 'Pon el coche en marcha, da media vuelta y nos vamos'. Yo le dije: 'Rocío, tienes un marido y una hija esperándote'. Ahí fui yo un cobarde porque tendría que haber dado media vuelta como ella quería».
En sus últimos días siempre estuvo fuerte y es que según cuenta Antonio Ardón, «nunca perdió las fuerzas, la esperanza ni las ganas de vivir». En la clínica, ya cercano su final, tenía un televisor bajo la lámina del Papa Juan Pablo II. Le decían que estaba averiado para que no se enterase de la muerte de la otra Rocío, de su amiga, de la Dúrcal.
Ahora, ocho años después, todos la recordamos como lo que fue, «la más grande» y es que lo demostró cada vez que cogía un micrófono, porque ya, incluso cuando estaba en sus últimos días, siguió pisando con fuerza el sitio dónde ella se sentía mejor, sobre el escenario.