Tener un estilo vital optimista alarga la esperanza de vida «más que la reducción y el control del colesterol y el tabaquismo» porque, «sencillamente, las personas más optimistas tienen menos enfermedades». «Si tienen menos enfermedades es, sin duda, porque se cuidan más, porque aprecian y valoran lo más importante y que ignoramos todos, que es la vida», ha explicado el catedrático de Ciencias de la Conducta de la Universidad de Oviedo (OV), José Antonio Flórez Sánchez.
Así, ha comentado que «estamos viendo cómo las personas más felices viven aproximadamente cinco años más» que las personas que no lo son, al tiempo que ha apuntado que pese a las «innumerables» definiciones de felicidad, «lo más importante no es definirla, sino sentirla».
«Hay que saber que la felicidad, como el del peregrino, es un camino que nunca acaba. Es un camino, no una meta. Es, sencillamente, un saber vivir, un disfrutar de la vida, especialmente ayudando a los demás», ha reivindicado Pérez Lozano en una entrevista concedida a Europa Press con motivo del taller terapéutico 'El camino de la felicidad: potencia tu autoestima, tu salud y tu longevidad', que se ha celebrado esta semana en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP).
En este taller, según ha apuntado, ha tratado de «desarrollar una asignatura que no está en ningún sistema educativo: aprender a vivir», porque «en esta asignatura, que se extiende a lo largo de todo nuestro ciclo vital y que supone un reto de superación, esfuerzo, entendimiento y perfeccionamiento del ser humano, suspendemos absolutamente todos».
Durante el taller, ha añadido, «se ha puesto un énfasis muy especial en la risa para enfrentarnos a nuestra existencia tratando de transmitir sensaciones positivas de bienestar en armonía con la naturaleza». Igualmente, ha defendido que la terapia para aprender a vivir se basa, «sencillamente, en ir descubriendo lo mejor que tenemos cada uno de nosotros y aprendiendo unos de otros».
Flórez Lozano, que ha criticado que «estamos medicalizados» y que «se ignora el más importante de los medicamentos, uno mismo», también ha lamentado que en la actualidad «existe una crisis tremenda de valores» y no tanto «una crisis económica», porque en el mundo occidental el ser humano «tiene hambre de afectividad, hambre de comunicación».
No obstante, ha puntualizado que «la crisis ha aumentado entre un 5% y un 8% la tasa de enfermedades mentales, ansiedad, depresión, trastornos del sueño y suicidios». «Pero la felicidad tiene que ver con uno mismo. Incluso en medio de la miseria surge la felicidad. La posesión no es la felicidad. La felicidad va por otro camino, que es ser más amable, más cariñoso, más comprensivo o más tolerante», ha matizado.
Este catedrático también ha denunciado que con «la invasión tecnológica, la conectividad mórbida que estamos sufriendo, disminuye una necesidad imperiosa del ser humano, que es la comunicación verbal y no verbal». Este «invasión tecnológica», en su opinión, «deteriora el lenguaje» y provoca que «los padres y los hijos no se comuniquen» porque «están mediatizados a través de un móvil como si los demás no existieran».
«Esta adicción de la tecnología nos priva de ese elemento tan importante de la comunicación, del lenguaje y también de la capacidad de escuchar y de aprender», ha apuntado, al tiempo que cree que la felicidad que se siente con el contacto en las redes sociales es «ficticia» porque «la felicidad no está tan lejos, está en nosotros mismos». «La felicidad son pequeños detalles, un poco de cielo azul, un vientecillo suave y especialmente la paz de espíritu», ha asegurado.
A este respecto, ha explicado que esta paz de espíritu consiste en el estado interior de cada persona, que «está generalmente agitado, realmente muy convulso, que genera emociones negativas que se centran fundamentalmente en placeres como la envidia, la hostilidad, la soberbia o la arrogancia». «Y eso va minando el equilibrio de nuestro sistema nervioso central. Si a eso añadimos la cantidad de preocupaciones que nos invaden, nos acosan y nos limitan, el daño está servido», ha dicho.
En su opinión, esto explica que un 25% de la población española mayor de 25 ó 30 años sufra estados de crisis de ansiedad, «altas patologías de depresión» –«cuatro millones de españoles vagan como zombies perdidos en medio de la frustración, de la decepción y de la soledad», ha alertado–, y, que al mismo tiempo, «tenemos más de 3.000 suicidios al año, que representan más muertes que por accidentes de tráfico».
Sin embargo, preguntado por las soluciones que da la ciencia a la recuperación de la felicidad, ha reconocido que son «pocas». Por ello, en contraposición al uso de medicamentos y preguntado por la ayuda de disciplinas como el psicoanálisis, ha afirmado que «cualquiera persona puede ayudarnos, cualquier persona puede ser un gran psicoanalista con que sepa escucharnos».
«En el ámbito clínico es patente que la escucha es muy importante y el paciente lo agradece y lo expresa», ha comentado, pero ha lamentado que «no estamos habituados a saber escuchar porque estamos acosados por el tiempo, queremos ganar al tiempo y eso es físicamente imposible».