jueves, noviembre 21, 2024
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No solo demonios: las redes sociales, aliadas contra estigma de la depresión

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El 64 % de la población española de entre 16 y 74 años está presente en las redes sociales, con lo que «no es un reducto de la juventud»; la pandemia ha disparado su uso, y la depresión y otros tipos de trastornos relacionados con la salud mental es uno de los temas más recurrentes.

Así lo corrobora Rosa Molina, psiquiatra en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid y presidenta de la Sección de Neurociencia Clínica de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, que ha participado en el seminario «COVID-19 & Depresión, la tormenta perfecta» organizado por Lundbeck.

«Las publicaciones que contienen las palabras que estás buscando suelen fomentar comportamientos que provocan daños e incluso la muerte. Si estás pasando por un mal momento, estamos aquí para ayudarte». Es lo que responde Instagram cuando se buscan términos como depresión. Una vez hecha la advertencia, la red social propone cancelar la búsqueda, ver el contenido y obtener ayuda.

Facebook, Twitter, YouTube o TikTok tienen avisos parecidos cuando se buscan esta clase de términos, si bien sólo Instagram y TikTok, con usuarios más jóvenes, bloquean el contenido antes de mostrarlo; Facebook, Twitter y YouTube añaden advertencias, pero los resultados se pueden ver igualmente.

Con estas técnicas se trata de proteger a determinadas audiencias de contenidos sensibles, aunque responden también a un comportamiento que ha ido creciendo en los últimos años: los jóvenes buscan información en las redes sociales sobre enfermedades mentales y malestar psicológico.

Uno de sus problemas principales es que «son muy adictivas, más que el diazepam», dice la doctora. «Las redes sociales entran en las zonas más primitivas de nuestro cerebro, es un flujo inagotable de información e interacciones, con recompensas continuas y que incluyen el factor de novedad («no sé lo que me voy a encontrar»). Es el mismo mecanismo de las maquinitas», explica la doctora.

También que su enorme potencial amplificador las convierte en el canal idóneo para transmitir bulos y noticias falsas; sin embargo, los profesionales de la salud mental pueden «aprovechar esta herramienta tan potente, que da tanto miedo y vértigo al principio, para difundir mensajes positivos de forma masiva».

En definitiva, «divulgar», usando «mensajes muy escuetos». «No tenemos que contar un manual de psiquiatría en redes», apostilla. Se puede usar la creatividad y el humor, pero sin perder la credibilidad porque, también en Internet, los sanitarios tienen un código deontológico al que someterse.

A fin de cuentas, es inevitable que los pacientes vayan a «buscar información en Dr. google y a redes», por eso los profesionales de la salud mental deben estar donde está la población. «Tenemos una importante labor de divulgar», que en salud mental se traduce en «desestigmatizar y psicoeducar».

Almudena Sánchez tiene 34 años y fue diagnosticada de una depresión endógena grave en 2017. Algo le estaba pasando, pero empezó a preocuparse cuando encadenó varios días en el sofá con las persianas echadas y evitando levantarse salvo lo imprescindible para ir al baño. Nada de comer.

En una reunión familiar estalló, y fue una tía la que la llevó al «médico del cerebro». «Me costó mucho reconocer eso porque yo siempre he sido educada en eso de ‘tirar para adelante’. Yo no quería ser una persona psiquiatrizada».

«Llegué devastadísima a la consulta, vi un sofá enorme en el rincón mas oscuro y me puse a llorar durante la hora que duró», rememora la joven escritora. «Es una especie de desaparecer. Piensas que no sirves para nada, ni para tomar un café. Es una sensación constante de diálogo con la muerte», prosigue.

De hecho, no paraba de fantasear con las formas de matarse: al ver una ventana abierta, un coche…

Empezó a tomar medicación desde el primer momento. «Pensaba que me iban a hacer efecto en 20 minutos como un ibuprofeno, pero hay que esperar. La depresión es no fracasar en la paciencia».

Cuando empezó a sentirse algo mejor, volvió a usar las redes sociales, y allí comenzó a seguir la cuenta de una chica que hacía una foto a su cámara cuando se levantaba. «Me sentí un poco acompañada», asegura.

Almudena está convencida de que todo lo que se está haciendo en redes sociales «irá a buen puerto. Cuanto más se hable de ello, más se publique, más obligados estarán a invertir».

Mientras tanto, la escritora, a la que la depresión obligó paralizar varios proyectos que tenía en mente, se puso a escribir un libro, con el que el lector pudiera interactuar. «Intenté huir de dar consejos, no soy médico. El libro se fue haciendo a sí mismo, tardé muchísimo».

«Fármaco» es el relato de su testimonio, detallado con la misma crudeza con la que lo expresa oralmente. «Es un elogio al antidepresivo y a la ciencia» porque, en su caso, le salvaron la vida.

Ahora recuperada, cree que es el momento de normalizar los problemas de salud mental. «Hay que nombrarlos». Y hace una última petición: «empatía, comprension medicina, investigación y dignificación de la enfermedad». EFE

 

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