«Los datos indican que Atención Primaria tiene potencial para ser un extraordinario punto de detección y prevención, pero la realidad es que el mayor problema con que se encuentran los sanitarios tiene que ver con la sobrecarga asistencial, la precariedad y la fractura de la longitudinalidad, que les impide contar con el tiempo suficiente para llevar a cabo entrevistas clínicas», ha lamentado el presidente de la SemFYC, Salvador Tranche.
En 2020 se suicidaron 3.941 personas, un 7,4 % más que en 2019, cuando la tasa ya había crecido un 3,7 % respecto al año anterior, de acuerdo con los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).
Ante la alta prevalencia, los médicos de Atención Primaria reclaman más tiempo de atención en consulta, y que se impulse formación y actualización en esta materia para contribuir a la detección y prevención.
«Hay patologías que se podrían abordar mucho mejor si se impulsaran medidas contra la precariedad imperante en la gestión de las agendas, para multiplicar la continuidad, la longitudinalidad y el tiempo de consulta por paciente, ha explicado Tranche.
A lo que las doctoras expertas en conductas suicidas Ana Peral Martín y Rocío García-Gutiérrez Gómez añaden la necesidad de impulsar la formación y la actualización, ya que «casi la mitad de las personas que había intentado suicidarse había visitado a su médico de familia el mes anterior al intento, frente al 20 % que visitó a especialistas hospitalarios».
Solo un tercio de los suicidas habían contactado con salud mental en el año previo al fallecimiento, mientras que tres de cada cuatro víctimas de suicidio lo había hecho con su médico de Atención Primaria (AP). «Las personas que se suicidan visitan tres veces más a su médico de AP comparado con otros pacientes no suicidas», dicen las médicas de familia.
Para reconocer una conducta suicida es importante contar con la formación adecuada, entre otras cosas porque «muchos pacientes no consultan por síntomas psicológicos»; la ventaja de la detección en este nivel asistencial es que puede iniciar «la prevención y el tratamiento de la psicopatología subyacente» y «tomar decisiones para derivar al paciente a las instituciones adecuadas».
Los factores de riesgo que deben hacer saltar las alarmas son haber tenido un intento previo -hasta el 25 % de quien lo ha intentado, tendrá otra tentativa en menos de un año-; trastorno depresivo o bipolar, por consumo de sustancias o de ansiedad; esquizofrenia; antecedentes familiares; eventos negativos durante la infancia; aislamiento o vivir solo; estar desempleado, ser un hombre mayor o padecer una enfermedad somática.
Estos son los crónicos, aunque también hay factores agudos como un episodio depresivo grave; agitación, ansiedad, insomnio; desesperanza; comorbilidad; alta hospitalaria; estresores psicosociales como pérdida de seres queridos o problemas financieros.
También los hay socialdemográficos: predomina el suicidio consumado en sexo masculino y en grado de tentativa, en sexo femenino.
El riesgo aumenta con la edad y tienen mayor riesgo solteros, viudos, separados y divorciados, así como con el hecho de vivir solo, haber sufrido una pérdida reciente de un ser querido estar desocupado o ser profesional con acceso a métodos letales. EFE
A.M.