El padre Laurent Rutinduka, de 54 años, es el quinto de esos diez hermanos. «Contando a tíos y primos, mataron a 32 miembros de mi familia» en los tres meses que se desató el genocidio en Ruanda en 1994.
Hoy es sacerdote de los Sagrados Corazones en Palma, donde se encarga de dos parroquias. Acaba de celebrar sus 25 años de sacerdocio y, en esta entrevista con la Agencia Efe, insiste en hablar del perdón, «un regalo de Dios que se consigue con los años; el perdón abre el futuro».
P.- ¿Cómo fue su niñez?
R.- Soy el quinto de diez hermanos de una familia muy católica de Ruanda. Mis padres me bautizaron como Laurent Rutinduka, «el que nace rápido». Iba al colegio de pequeño y ayudaba en la vaquería de mi padre. Tenía 40 vacas. También cultivábamos la tierra, no teníamos problemas económicos. Vivíamos en un pueblo rodeados de naturaleza.
P.- ¿Era consciente de las diferencias políticas entre hutus y tutsis en su adolescencia?
R.- La convivencia en el campo era pacífica, no había diferencias entre nosotros, éramos hermanos, vivíamos en el mismo barrio, mezclados, sin distinciones. Yo tenía amigos hutus, jugábamos, íbamos al mercado y rezábamos juntos en la misma iglesia, todos éramos católicos.
Otra cosa eran las discusiones a nivel político, en las altas esferas de los partidos y en los grupos partidarios de hutus y tutsis. Eso fue un desastre durante años, alimentado por potencias extranjeras.
P.- El genocidio tuvo lugar del 7 de abril al 15 de julio de 1994, con cerca de un millón de muertos. ¿Dónde estaba usted?
R.- En mi opinión, clarísimamente, el genocidio fue preparado. Yo era seminarista y estaba escondido en Butare, al sur, gracias a un misionero navarro, el padre Mariano Ituria.
Recibí una llamada telefónica en la que me contaron que a las 7 de la mañana del día 7 mataron a mi papá en su casa. Mi mamá y mis hermanos huyeron a la parroquia católica de Kiziguro, donde se reunieron miles de tutsis.
Al principio, las milicias hutu interahamwe asesinaban familia a familia, casa por casa. El 11 de abril entraron en la parroquia después de que los misioneros huyeran aterrorizados. Masacraron prácticamente a todos.
P.- ¿Usted conocía a los asesinos de sus padres y hermanos?
R.- ¡Claro! Eran nuestros vecinos, algunos con ayuda de militares. Les conocíamos a todos.
P.- ¿Cómo ha logrado perdonar a los asesinos?
R.- Recuerdo todo aquello como una tragedia, pero he intentado purificar este gran dolor y este gran sufrimiento dentro de mi corazón. En primer lugar, lo que más me ha costado fue aceptar lo que pasó, porque la mitad de mi vida quedó paralizada.
Viví una fuerte crisis como seminarista porque aquellos jóvenes asesinos eran católicos como yo, jugaban al fútbol como yo, comulgaban en misa como yo… Eso mató mi corazón. Sufrí una crisis sobre la maldad antropológica del hombre.
P.- ¿Qué hizo?
R.- Se trata de un proceso espiritual de años. Primero acepté lo que me había pasado. Oré. En mi corazón tenía quejas contra Dios, la sociedad, los militares franceses que no hicieron nada frente a los asesinos… Pero he meditado con profundidad la Biblia y el mensaje de Jesús de paz, entrega, solidaridad, fraternidad, misericordia, de amor incluso a los que nos hacen sufrir.
He meditado sobre el carisma de mi congregación relativo al amor y al perdón y he meditado la vidas de personas que han sufrido tragedias y han perdonado como Nelson Mandela, que vivió injustamente en prisión durante 27 años, el pastor Martin Luther King, que luchó contra el racismo, y el padre ruandés Ubald Rugirangoga, que también perdonó a los homicidas.
P.- Y se entrevistó con los verdugos de sus padres.
R.- Sí, fui a visitarles a la cárcel. Quería saber cómo murieron mis padres, mis hermanos, mis maestros… Acercarme a ellos fue una terapia positiva de la que luego me di cuenta. Ellos también sufrían en su interior por el gran mal que habían hecho, como asesinar a enfermos terminales y bebés y violar a mujeres. Algunos me pidieron perdón. Al principio no estaba dispuesto a verles. Me llevó un tiempo.
Celebrar misa cada día, acompañar el dolor la gente en la confesión, escuchar espiritualmente en mi parroquia de Ruanda durante años a grupos de viudas violadas, niñas huérfanas sin nada…, todo aquello me animó mucho. Yo era un médico herido que tenía que curar a los enfermos, pero con una herida abierta en mi corazón.
P.- Usted quería recordar los nombres de su familia.
R.- Papá Seburimbuwa Joseph, mamá Mukamutara, y mis hermanos: Karuranga, Gisasara, Gkwandi, Kayitare, Rwagatare, Eugenia y Mariya. Cada 11 de abril celebro una misa en su recuerdo, por ellos y por todas las víctimas, y también por los agresores, para que logren la gracia de pedir perdón y sentirse perdonados.
P.- Salvando las distancias de lo vivido por usted, ¿el perdón es un tema de actualidad?
R.- Es lo más importante junto a amar y sentirnos amados. Necesitamos pedir perdón y que nos perdonen: el perdón abre el futuro. Todos nos equivocamos, todos tenemos que aprender a saber perdonar en esta sociedad tan acelerada. EFE
Javier Alonso