El domingo 1 de diciembre se celebra el Día Mundial del Sida, una fecha para visibilizar los avances y los desafíos pendientes en la lucha contra la epidemia de VIH/sida. Según el informe más reciente de ONUSIDA, la pandemia ha dejado cifras significativas, pero también se enfrenta a retos sociales y económicos que requieren atención urgente.
Cifras globales del VIH en 2023
A nivel mundial, 39,9 millones de personas vivían con el VIH en 2023, de las cuales 1,4 millones eran niños menores de 14 años. Durante ese año, se registraron 1,3 millones de nuevas infecciones y 630.000 muertes relacionadas con enfermedades derivadas del sida. Desde el inicio de la epidemia, más de 88 millones de personas han contraído el virus, mientras que 42,3 millones han fallecido a causa de complicaciones relacionadas con el sida.
Uno de los grandes logros ha sido el aumento del acceso a la terapia antirretroviral (TAR). En 2023, 30,7 millones de personas recibieron tratamiento, cifra que representa un incremento significativo frente a los 7,7 millones de 2010. No obstante, aún quedan más de 5,4 millones de personas que desconocen que son portadoras del virus, lo que limita el control de su transmisión.
Avances en los tratamientos
La terapia antirretroviral (TAR) es el pilar fundamental en la lucha contra el VIH, permitiendo que las personas infectadas lleven vidas saludables y reduzcan la transmisión del virus. En 2023, el 77% de las personas que vivían con el VIH tuvieron acceso a la TAR, un aumento notable desde 2010, pero aún por debajo del objetivo global del 95% para 2025.
Entre las mujeres embarazadas, el acceso a la TAR es aún más alto, con un 84% recibiendo medicación para prevenir la transmisión maternoinfantil. Este progreso ha sido esencial para reducir las infecciones en recién nacidos, que disminuyeron un 62% desde 2010.
Sin embargo, los tratamientos presentan desafíos entre grupos específicos: solo el 57% de los niños menores de 14 años reciben TAR, mientras que entre los hombres adultos el acceso se limita al 72%, en comparación con el 83% de las mujeres. Estas desigualdades subrayan la necesidad de políticas enfocadas en los sectores más vulnerables.
Nuevas infecciones y mortalidad
Desde el pico de la epidemia en 1995, las nuevas infecciones han disminuido un 60%, pasando de 3,3 millones a 1,3 millones en 2023. Sin embargo, esta reducción se ha ralentizado en los últimos años, con un progreso insuficiente para alcanzar la meta de menos de 370.000 nuevas infecciones en 2025. Esto es especialmente alarmante en mujeres y niñas, que representaron el 44% de las nuevas infecciones en 2023.
En cuanto a la mortalidad, los avances son significativos: las muertes relacionadas con el sida cayeron un 69% desde 2004 y un 51% desde 2010, situándose en 630.000 en 2023. Aunque esto demuestra el impacto de los tratamientos, la cifra sigue lejos del objetivo de menos de 250.000 muertes para 2025.
La lucha contra el estigma y el acceso desigual
A pesar de los avances médicos, el estigma y la discriminación continúan siendo barreras fundamentales en la lucha contra el VIH. Grupos como personas transgénero (con una prevalencia del 9,2%), quienes se inyectan drogas (5%) o los hombres que tienen sexo con hombres (7,7%), enfrentan obstáculos sociales que limitan su acceso al diagnóstico y tratamiento.
Por su parte, las desigualdades económicas también afectan la respuesta global. En 2023, los recursos disponibles para la lucha contra el VIH se redujeron un 5% respecto a 2022, y aún se necesita un incremento significativo para alcanzar los 29.300 millones de dólares necesarios para 2025.
Este Día Mundial del Sida, en 2024, se convierte en un momento clave para renovar los compromisos globales. Los objetivos establecidos para 2025, como el modelo «95-95-95» —que busca que el 95% de las personas con VIH conozcan su estado, el 95% accedan al tratamiento y el 95% logren la supresión viral—, requieren un enfoque conjunto de gobiernos, organizaciones internacionales y la sociedad civil.
Los avances en tratamientos y prevención demuestran que el fin del sida como amenaza de salud pública es posible. Sin embargo, lograrlo dependerá de abordar las desigualdades estructurales, erradicar el estigma y garantizar que nadie quede atrás en el acceso a la atención médica.