Equilibristas, trapecistas, forzudos y acróbatas invaden el escenario mientras el público se debate entre contener el aliento o taparse los ojos y, cuando la tensión es tanta que puede cortarse con un cuchillo, cae una bandera gigante, la misma en la que ondea un enorme número 10 del crack de FC Barcelona.
Es sólo el ensayo final -avisan por megafonía-, lo que significa que el director puede parar el espectáculo en cualquier momento para que mañana, durante el estreno mundial, al que asistirá el propio Messi, no haya imprevistos en el Parc del Fòrum de la capital catalana. Aunque a juzgar por la prueba, todo parece salir rodado.
Sobre un escenario que imita un campo de fútbol, con gradas a cada lado para simular un estadio, un elenco de 46 artistas desfilan ante un público absorto e incrédulo, que no logra contener los «¡ays! y «¡uys!» a cada voltereta imposible.
La velocidad, el equilibrio, la visión y la persistencia características de Messi acompañan al espectador a lo largo de los números para acercarlo así un poco más a las cualidades que han hecho del futbolista argentino uno de los mejores jugadores del mundo.
Aunque, como bien avisa la compañía desde una pantalla situada en lo alto de la carpa, incluso a él «le costó 17 años de trabajo convertirse en una estrella de la noche a la mañana».
Pero «Messi10» no es exactamente un espectáculo de fútbol.
En él caben bailarines, narradores disfrazados de césped, un espontáneo desnudo e incluso un payaso versionado en la figura de árbitro bobalicón capaz de arrancar la risa del más serio, el mismo encargado de hacer subir a escena al ganador del «Messi del Día», un juego interactivo del que se puede disfrutar antes del show.
Pero entre flashes de luz, canciones de Los Fabulosos Cadillacs -que el propio Messi sugirió- y más de una decena de balones y trajes diferentes, ha sido un contorsionista capaz de convertir su propio cuerpo en nudo el que ha levantado pasiones.
Lo ha hecho hacia la mitad de la función, cuando parecía que ya nada superaría a la menuda equilibrista que, minutos antes y del revés, ha arrancado a recorrer una cuerda floja apoyada en el borde de una escalera de madera.
Para asombro del público, que dudaba entre voltearse o abrir los ojos para fijarse mejor, el habilidoso contorsionista ha hecho bramar hasta al menos aprensivo al dislocarse voluntariamente un hombro para saltar a la comba con su propio brazo, no sin antes colocarse los pies en la nuca.
Pero el Cirque du Soleil ha demostrado una vez más que formas imposibles las hay de muchos estilos, como las que ha logrado un artista del diábolo, una pareja de saltarines transformados en león o un acróbata que le ha disputado la partida a un colosal brazo robot dirigido por sus compañeros, como si de un videojuego se tratara.
Un conjunto de metáforas con las que la compañía circense ha dejado claro -también en las pantallas de la cancha- que «hay sólo una manera de detener a Messi: presionar pausa».
Y pausa es precisamente lo que a muchos les gustaría haber hecho cuando, de golpe, dos enormes camisetas de fútbol con el número 10, la del Barça y la de la selección argentina, han inundado las gradas al compás de los miembros de la compañía, que no han dejado de pedir los aplausos y la interacción de la gente.
Pero sobre todo, en la función ha estado presente la adrenalina, la de los números imposibles y la del efecto Messi, esa intensa fiebre que, como su estrella, llegó para durar.
Redacción