Por primera vez en más de una década, el presidente de la Generalitat no es un líder independentista, lo que refleja un cambio significativo en la política catalana.
El actual presidente, Salvador Illa, del Partido Socialista, ha decidido no asistir a la tradicional manifestación organizada por la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y otras entidades soberanistas, un evento que ha sido durante años un barómetro del apoyo al movimiento independentista.
La Diada siempre ha tenido un gran simbolismo para el independentismo catalán, siendo la manifestación de 2012 un punto de inflexión, donde una asistencia masiva mostró que el sentimiento independentista estaba ganando fuerza. Según las cifras de la Delegación del Gobierno, participaron 600.000 personas, aunque la Guardia Urbana de Barcelona elevó la cifra a 1,6 millones. Este evento allanó el camino para que el entonces presidente Artur Mas convocara elecciones, lo que más tarde derivaría en el referéndum de independencia de 2014. Durante esos años, las movilizaciones independentistas alcanzaron su apogeo, como la Via Catalana de 2013, una cadena humana que recorrió 400 kilómetros de Cataluña, o la gran «V» de Barcelona en 2014.
Sin embargo, desde el referéndum no autorizado del 1 de octubre de 2017, la participación en estas manifestaciones ha disminuido gradualmente, aunque siempre han contado con el apoyo o la presencia activa de los presidentes catalanes, ya fuera de Junts per Catalunya o de ERC.
Salvador Illa marca distancias con el independentismo en la Diada
Salvador Illa, por su parte, ha querido marcar distancias con sus predecesores al no asistir a la manifestación. A pesar de ello, el gobierno catalán mantendrá la campaña institucional para la Diada, diseñada por ERC. Según la portavoz del Ejecutivo, Sílvia Paneque, la campaña estará centrada en valores como el catalanismo, la unidad y la diversidad de Cataluña, así como en el rechazo al fascismo y la extrema derecha. El lema de la campaña será «Muchos corazones, un solo latido». La portavoz subrayó que esta celebración «nos une como ciudadanía» y «da sentido a este sentimiento de pertenencia».
Mientras, el movimiento independentista se enfrenta a una fase de introspección. Las elecciones autonómicas de mayo representaron un duro golpe para el soberanismo, que perdió su mayoría en el Parlamento catalán, con un resultado particularmente desfavorable para ERC. El pacto entre ERC y el PSC para investir a Illa ha tensado aún más las relaciones entre los republicanos y Junts, que logró recuperar su posición como principal partido independentista.
Junts adelanta su congreso
En este contexto, Junts ha adelantado su congreso para octubre con el fin de renovar su liderazgo y definir su estrategia política, con la figura de Carles Puigdemont aún en el centro de atención, pese a los obstáculos judiciales que dificultan su retorno a Cataluña.
La ANC también se encuentra en un proceso de redefinición, enfrentada a ERC por sus diferencias en cuanto a la estrategia independentista. Mientras la ANC sigue defendiendo una vía unilateral, los republicanos han optado por la negociación con el Estado, lo que ha generado tensiones que se han ido manifestando en las últimas convocatorias.
Este año, con un Govern ausente de la manifestación y una participación descentralizada que tendrá lugar en varias ciudades como Barcelona, Girona, Lleida y Tarragona, el independentismo busca redefinir su rumbo en un panorama político cada vez más fragmentado. Las marchas de este año se centrarán en denunciar lo que consideran los «agravios» que sufren los catalanes por «pertenecer al Estado español», en línea con el debate sobre la financiación singular para Cataluña, un tema clave en el inicio del curso político.