Las elecciones al Parlamento Europeo del pasado domingo han arrojado un resultado inquietante, constatando el gran avance de los partidos ultranacionalistas y euroescépticos que adelantaban las encuestas. El resultado debe hacer abrir en los partidos europeístas una profunda reflexión sobre las causas que han llevado a casi un cuarto del electorado a optar por opciones cuyos postulados ponen en serio peligro el modelo de paz, prosperidad y libertad que los europeos hemos disfrutado durante décadas. La estrategia del Partido Popular Europeo de incorporar a su discurso algunos elementos de la agenda de la extrema derecha en temas como migración o cambio climático no ha hecho sino blanquear y normalizar sus postulados y dar credibilidad a partidos que defienden una agenda medioambiental insostenible y un trato inhumano a migrantes y refugiados. Los partidos de corte progresista (socialdemócratas, liberales y verdes) han fracasado de manera casi generalizada (con las excepciones de Países Bajos, Suecia, Finlandia, Dinamarca y España) en su intento de hacer valer ante el electorado las medidas impulsadas en los últimos cinco años desde las instituciones europeas y que han supuesto una mejora en la calidad de vida del conjunto de la población, en un contexto muy complejo por la guerra en Ucrania y la pandemia. De esta manera, tras las elecciones, el complejo conglomerado de fuerzas euroescépticas y ultranacionalistas se convierte en un actor capaz de influir y construir mayorías para determinar las políticas europeas, cambiando el rumbo seguido hasta ahora desde Bruselas y poniendo en serio peligro todo lo construido. Los partidos que desde el populismo de derechas prometen una Unión Europea diferente, reducida a un simple mercado interior, sin fondos estructurales ni agrícolas, sin euro, sin intercambio de estudiantes, sin libre circulación y sin reconocimiento mutuo de derechos. Una nueva Europa de las naciones, es decir, la fórmula imperante en la primera mitad del siglo XX y que nos condujo a las dos guerras mundiales. Está por ver en los próximos meses las decisiones y actuaciones del nuevo Parlamento Europeo surgido de las urnas, y si los principales actores, socialdemócratas y populares, son capaces de establecer un marco político que preserve lo logrado hasta el momento y garantice seguir avanzando en el modelo europeo que tanta prosperidad nos ha dado.
En España, pese a la trascendencia que tenía este proceso electoral para la Unión Europea y la pervivencia de sus valores fundacionales, las cuestiones nacionales se han impuesto en el debate político. La estrategia del Partido Popular de convertir estos comicios en un plebiscito sobre Pedro Sánchez y sus políticas, en una suerte de segunda vuelta de las elecciones generales celebradas hace casi un año, utilizando perversamente la llamada Ley de amnistía y las más que cuestionables diligencias judiciales en torno a la esposa del presidente del Gobierno, ha fracasado en la consecución de su objetivo, que no era otro sino provocar una derrota de los socialistas de tal magnitud que obligara a Pedro Sánchez a convocar elecciones generales o justificara una moción de censura del PP. El Partido Popular ganó las elecciones por cuatro puntos, obtuvo 22 eurodiputados frente a los 20 del PSOE. Sin embargo, el partido de Núñez Feijóo no ha obtenido un resultado a la altura de sus expectativas y necesidades. Los socialistas han resistido con el 30,2% de los votos los embates de la oposición más desestabilizadora de la democracia. La victoria del PP por cuatro puntos le convierte en ganador, pero no provoca el efecto que buscaba. Núñez Feijóo haría bien en reflexionar sobre lo sucedido y las consecuencias de asumir el discurso de los ultras. Desestabilizar la vida institucional y torpedear las posiciones políticas de España en la UE es un ejercicio que, visto lo visto, aporta un rendimiento modesto al PP. Sólo ha servido, eso sí, para que la radicalidad crezca y se consolide en España: el PP más radical de la democracia absorbe a Ciudadanos, Vox sube dos eurodiputados y casi tres puntos y la candidatura populista Se Acabó La Fiesta de Alvise obtiene tres eurodiputados con más de 800.000 votos. Una oposición menos crispada, dentro de los parámetros de normalidad propios de las democracias consolidadas, tal vez no habría producido la concentración del voto progresista en torno al PSOE ni fragmentado tanto el voto de la derecha.
El resultado electoral del pasado 9 de julio abre en el espacio político a la izquierda del PSOE grandes incógnitas, tras la renuncia de Yolanda Díaz a seguir al frente de Sumar, que obtuvo un escaso 4,56% de los votos y tres eurodiputados, y la supervivencia de Podemos con el 3,28% y dos eurodiputados. Los errores de estrategia, la falta de diálogo y consenso interno, la elección de una candidata sin apenas proyección pública y la concentración del voto progresista en torno a los socialistas terminó por hacer descarrilar la candidatura de Sumar. Se pone de manifiesto, una vez más, que el empeño de la izquierda alternativa de buscar la “superación” de los partidos con la innovación en las fórmulas y los nombres, constituye un elemento de inestabilidad y confusión en ese espacio político que penaliza el electorado. La crisis a la izquierda del PSOE es evidente. Sin embargo, ese espacio político que históricamente siempre ha existido con sus diferentes denominaciones (PCE, IU, Unidos Podemos, Unidas Podemos, etc…) es en este momento imprescindible para conformar una mayoría progresista en España. Urge, pues, para evitar que caiga en la irrelevancia, que sus dirigentes en los próximos meses sean generosos y realistas, asumiendo que la política de marketing, si no va acompañada de proyecto, estructuras y territorio, es frágil y efímera.
Desde mayo del año pasado España se ha sometido a seis procesos electorales. El resultado en cada uno de ellos niega con rotundidad que el país viva la situación política excepcional que la derecha y la ultraderecha llevan tratando de proyectar desde la misma noche electoral del 23 de julio de 2023. Ni la democracia está en peligro ni el desempeño del Gobierno va más allá de la labor propia de un Ejecutivo legítimo, con sus errores y aciertos a la hora de abordar situaciones complejas. Este 9 de junio concluyó un largo ciclo electoral. Es hora de que los partidos políticos se vuelquen en la solución de los problemas cotidianos de los ciudadanos y traten de recuperar la credibilidad a la hora de ofrecer tiempos mejores. El PSOE así viene haciéndolo. ¿Será el PP capaz de hacer lo mismo ahora?