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Larra y el Día de Difuntos

Un año más, como siempre, se ha "celebrado" el Día de Difuntos. Esta vez, como viene ocurriendo desde hace algún tiempo, la influencia anglosajona ha arrebatado a la fecha del calendario su carácter patético para reemplazarlo por un carácter burlesco que ha desterrado casi por completo los esplendores litúrgicos de una tristeza oficial a medio camino entre el enigmático Más Allá y las bizarrías de don Juan Tenorio.

En este 2009, en medio de tanta crisis, de tanta corrupción y de tantos errores de gobierno, habríamos necesitado otro Larra que hubiese escrito, como en su artículo "Día de Difuntos de 1836": "... en la actualidad maldito si me asombro de cosa alguna (...) Lo que sí me sucede es no comprender claramente todo lo que veo".

¿Qué habría escrito don Mariano José a la vista de nuestro moderno espectáculo social y político? ¿Se habría asomado, como en 1836, a un cementerio, al de la Almudena por ejemplo, para descubrir aquella lápida imaginaria que sobre una tumba decía: "Aquí yace media España. Murió de la otra media"?

Cuando el escritor y periodista, entonces ya casi en vísperas de su suicidio romántico, reflexionaba así, afligido de amores traicioneros y de pensamientos políticos escandalizados, no existían, pese a las guerras carlistas, diecisiete Españas. Habría tenido hoy que expresarse de otra manera para dar aproximadamente con la tecla descriptiva. Tal vez habría dicho: "Aquí yace España. La cambiaron por diecisiete y ninguna funcionó".

Pero este descubrimiento no le habría bastado. Imaginemos que hubiese tenido a la vista una Constitución tan flamante como la nuestra actual, hipotecada en su vigencia por el Estatut catalán, del que no habría podido decir, como en 1836: "Aquí yace el Estatuto; / vivió y murió en un minuto".

Lo que Larra llamaba Estatuto (Real) era el nombre aplicado a la Constitución de entonces que dividía la Cámara en un Estamento de Próceres y otro Estamento de Procuradores. Como él mismo comentaba, duró muy poco, es decir, murió "en un minuto". Ahora le habría asombrado, aunque confesara no asombrarse de cosa alguna, que un Estatut apellidado catalán pudiera sobrevivir a todos los dictámenes adversos de los constitucionalistas para no contrariar a los juristas y políticos de allende el Ebro. Larra se habría preguntado cómo era posible que durase más de un minuto.

Demasiado material para un Día de Difuntos, pero es lo que hay, lo que ahora tenemos, entre la parálisis del Tribunal Constitucional y el guirigay de unas Cortes (Españolas, dicen), sobre cuyo salón de sesiones o hemiciclo sacrosanto sentenció Larra: "Fue casa del Espíritu Santo, pero ya el Espíritu Santo no baja al mundo en lenguas de fuego".

Y tanto que no. Lo que baja es otro tipo de espíritu, del que don Mariano José habría escrito también hoy mismo: "Allá (ubicado) en el Retiro. Cosa singular. ¡Y no hay un Ministerio que dirija las cosas del mundo, no hay una inteligencia previsora. Inexplicable!".

Claro que a la vista, mentalmente, tenía también Larra, o podía tener, el edificio de la Bolsa, de la que dijo en aquel día de 1836: "Aquí yace el crédito español. Semejante a las pirámides de Egipto, me pregunté, ¿es posible que se haya erigido este edificio sólo para enterrar en él una cosa tan pequeña?".

Claro, el crédito, ya entonces por los suelos. ¿Qué iba a decir Larra hoy? En 1836 confesaba su melancolía y gritaba para sus adentros: "¡Fuera, como si oyese hablar a un orador en las Cortes!" (sic).

Al despedirse del cementerio recordó otro epitafio y se lo recitó para la posteridad: "Aquí el pensamiento reposa, / en su vida hizo otra cosa". Luego, el escritor se miró íntimamente y escribió: "Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? ¿Quién ha muerto en él? Espantoso letrero: 'Aquí yace la esperanza'".

Lorenzo Contreras