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En el lado correcto de la historia

En sólo dos meses, el presidente Donald Trump, ha desactivado las instituciones democráticas y sociales en los Estados Unidos y ha colapsado el orden internacional multilateral que regía el mundo desde la Segunda Guerra Mundial.  Más que una era de cambios, nos está tocando vivir un cambio de era que se comenzó a gestar con la burbuja tecnológica de principios del siglo XXI y cuyo último exponente es el cambio de paradigma en los Estados Unidos, de ruptura del régimen democrático en el interior y de imposición de la ley del más fuerte en el exterior.

Donald Trump está aplicando una máxima muy habitual y bastante primaria, la apelación al enemigo exterior: el mundo no nos quiere, pero tranquilos, no os preocupéis, que yo os voy a defender. De esta forma, ha consumado sus amenazas y ha hecho saltar por los aires las reglas del comercio global, desatando un terremoto de consecuencias imprevisibles. Con un discurso lleno de resentimiento y de falsedades anunció un decreto que levanta un muro a las importaciones de otros países con la imposición de aranceles, proclamando pomposamente el “día de la independencia económica de Estados Unidos”. 

El presidente de Estados Unidos pretende imponer una política arancelaria que supone una amenaza existencial para el sistema de comercio basado en reglas y un ataque sin precedentes a la soberanía de los Estados europeos y de la propia Unión. De esta forma, la historia de la economía mundial da un giro de 180 grados, sumiéndonos en una guerra comercial que lastrará el crecimiento global y provocará una fuerte inestabilidad en los mercados, graves alteraciones en las cadenas de valor, aumento de la inflación, retraso en las decisiones de compra e inversión, en definitiva, lesiones en la economía real. Nos enfrentamos a un cambio de modelo de crecimiento, de abastecimiento energético y de política de seguridad. Las decisiones que se tomen durante los próximos meses serán claves y marcarán en devenir de las próximas décadas.

El orden político internacional, basado en las reglas, alianzas e instituciones multilaterales que surgieron tras II Guerra Mundial, está derrumbándose de la mano del trumpismo y sus aliados. Europa sufre la mayor ofensiva de su historia desde la derrota del nazismo. Vivimos horas decisivas para la defensa del modelo europeo y de sus valores de paz, tolerancia y progreso. Tenemos un reto por delante, la defensa de la democracia y el Estado social de derecho. Este es el momento de decidir en qué lado de la historia queremos estar, en el del trumpismo y sus satélites, agentes generadores de desigualdad y pobreza o en el de una Unión Europea fuerte y unida, que proteja a la industria, a los trabajadores y a las empresas. 

El PSOE está donde siempre ha estado, con Europa, con la ciudadanía, en la defensa de los valores de la libertad, de la igualdad, de la solidaridad y del progreso para todos y todas. ¿Y dónde está la derecha española? ¿Dónde están Feijóo y Abascal? Donde han estado siempre cuando nuestro país los ha necesitado: quitados de en medio y sin dar la cara. Buscando falsas excusas para no defender los intereses de nuestros agricultores, ganaderos, trabajadores y empresas. Ser patriota no es llevar una pulserita con la bandera; es dar la cara y defender siempre lo mejor para España. ¿Y el PP de la Comunidad de Madrid? Desaparecido, como su presidenta, Isabel Díaz Ayuso, cada vez que tiene que ir a declarar su pareja a los juzgados. 

A diferencia del PP, los socialistas, trabajamos por y para los españoles. Desde Europa hemos apostado desde el principio por una solución negociada con Estados Unidos. Y seguimos haciéndolo. Ni España ni la Unión Europea desean el conflicto comercial, pero no podemos ignorarlo. El autoritarismo que impulsa la extrema derecha, y que influye en parte de la derecha, representa una amenaza grave. A esto se suman la desinformación organizada y la polarización, que socavan el debate y la toma de decisiones democráticos. Por ello, el objetivo principal debe ser consolidar y mejorar la democracia representativa. Esta lucha no es solo progresista, sino de todos los demócratas en España y Europa. 

Frente al nacional populismo de Bannon y su reindustrialización basada en guerras arancelarias, Europa debe avanzar en una senda de crecimiento sostenible, como ya ha mostrado España en los últimos siete años, combinando inversión productiva con redistribución hacia clases medias y trabajadoras. En un tiempo de tensiones geopolíticas, fracturas económicas y desafíos globales compartidos, la respuesta no puede ser encerrarse ni retroceder. Al contrario: el momento exige liderazgo, cooperación y una visión que trascienda fronteras. Así lo ha demostrado el secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su gira asiática, que lo ha llevado a Vietnam y a China, reforzando el papel de España como un actor comprometido con un orden internacional basado en reglas, justicia y progreso compartido.

El mundo se enfrenta a una guerra arancelaria impuesta de manera injusta y unilateral por la Administración Trump. Mientras la economía y el comercio mundial se tambalean ante la incertidumbre de la puesta en marcha de esta nueva política económica que ha empezado a ejercer Estados Unidos, la sociedad, el tejido industrial, las empresas y los agentes sociales piden acción y respuestas, porque los mayores afectados son ellos. Por eso, el Gobierno presidido por Pedro Sánchez se ha puesto al frente de esta respuesta de Estado que pretende paliar y rebajar los efectos que esta guerra de aranceles, buscando, además, el máximo consenso, tanto en el ámbito del diálogo social con la patronal y los sindicatos como en el parlamentario. El Consejo de Ministros ha dado luz verde al Plan de Respuesta y Relanzamiento Comercial que permitirá movilizar cerca de 14.100 millones para proteger la economía de los aranceles impuestos por los Estados Unidos de Trump. La estrategia es clara: blindar a las empresas, reforzar el empleo y aprovechar el envite para modernizar el tejido productivo. El plan movilizará 7.400 millones de nueva financiación y reorientará 6.700 millones de instrumentos ya existentes.

El Gobierno ha decidido repetir la estrategia que ya siguió durante la crisis de la covid-19 y la escalada inflacionista provocada por la guerra de Ucrania, que consistió en una batería de medidas para proteger el tejido empresarial y los puestos de trabajo. Esos paquetes fueron claves para que España parase el golpe y, posteriormente, se situase entre los países que lideran el crecimiento dentro de las economías europeas (en un contexto de gran debilidad de la UE), contuviese los precios y siguiera reduciendo el desempleo. Así, el plan del Gobierno no solo busca amortiguar los efectos de la guerra comercial, sino también salvaguardar el empleo. Para ello, se ha activado el mecanismo RED, que permitirá a las empresas afectadas mantener a sus plantillas hasta que la situación se estabilice, replicando el éxito de los ERTE durante la pandemia. Además, la Mesa de Diálogo Social, constituida junto a sindicatos y patronal, trabajará en la adaptación de las medidas a las necesidades concretas de cada sector.

 

Mientras el presidente Pedro Sánchez trata de fortalecer los lazos económicos y diplomáticos con Asia, resulta incomprensible que el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, siga empeñado en poner palos en las ruedas a inversiones que son claramente beneficiosas para nuestro país y para las comunidades autónomas. Es legítimo recordar a Feijóo que, si no va a contribuir al bien común, al menos no estorbe. Porque no vale apelar al interés general cuando gobiernan los suyos y dinamitarlo cuando gobiernan otros: esa es la ley del embudo, y con el futuro económico de España no se juega. España necesita altura de miras, responsabilidad institucional y una oposición que esté a la altura del momento.