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Guyana, trampa para cazar forajidos

A través de diversas fuentes, directamente relacionadas con altos cargos de la dictadura de Nicolás Maduro, recibo de forma reiterada la misma información: la desesperación del régimen es tan acuciante, que la idea de provocar una crisis de carácter militar con la pequeña República Cooperativa de Guyana es mucho más que un rumor o una frase que alguien soltó en una reunión a modo de globo de ensayo. 

Debo detenerme un momento en la frase “desesperación del régimen”, que es fundamental para la comprensión del caso. No solo existe y está creciendo, sino que la desesperación de la que hablo ya se ha manifestado. No es reciente. El lector es testigo de lo que afirmo. La dictadura inventó un referéndum consultivo con el propósito de aglutinar el apoyo político y convertir el asunto del Esequibo en una materia de interés nacional, el 3 de diciembre de 2023. ¿Lo recuerdan? El resultado obtenido fue la más humillante de las derrotas: la abstención superó el 90%. La repetida frase “no fue a votar nadie” no es una generalización: es el retrato de una realidad. Los centros electorales permanecieron vacíos todo el día. Hay tomas hechas con teléfonos en las que aparecen funcionarios de mesa dormidos, llenando crucigramas o jugando cartas entre ellos.

No solo la decisión de organizar un referéndum para incitar una opinión anti-Guyana fue un error, también lo fue la estrategia política y de comunicaciones que lo acompañó: contrataron a una veintena de políticos de la categoría alacranes (aliados del régimen que simulan ser opositores) y les pagaron millones de dólares para que aparecieran incentivando a los ciudadanos a interesarse por la reivindicación del Esequibo. Tenían esos alacranes dos características en común: pésima reputación y ninguna capacidad de convocatoria. Son políticos sin partido ni electores. Ocurrió lo que ya sabemos: no funcionó.  

El antecedente del referéndum por la reclamación del Esequibo  -disparate que contenía cinco largas preguntas, imposibles de comprender, mal escritas y violatorias de la Constitución- ratifica que la desesperación tiene cada día una presencia más decisiva en las decisiones gubernamentales. Se explica, en parte, por las querellas internas. Por la tensión que genera a diario la falta de recursos. Por el miedo a lo que podría venir. Y, sobre todo, por los profundos desacuerdos que existen entre los distintos capos de la dictadura, sobre qué hacer ante el acoso cada vez más eficaz e intenso de la política exterior de Estados Unidos y de otros países en contra del dictador y del clan de mafiosos que gobierna a Venezuela.

Así, la posibilidad de que la dictadura tome el camino de jugar con fuego es real. El guion que soporta semejante desafuero es previsible y harto conocido: luego de escenificar un incidente de carácter militar, Maduro denuncia a todo pulmón que Venezuela ha sido agredida por Guyana. Pretenden pulsar la cuerda del nacionalismo y obtener de ello beneficios políticos, balones de oxígeno para su respiración, cada vez más entrecortada y jadeante.

Los promotores de este desafuero sostienen que la sociedad venezolana se uniría alrededor de Maduro para rechazar la insolencia y agravios del vecino. Piensan que si el dictador protagoniza una serie de discursos y declaraciones en las que se le vea gritón e insultante, eso podría atenuar el odio que la inmensa mayoría de la sociedad le profesa. 

Un conflicto fronterizo, defienden los susurrantes de este desaguisado, daría la oportunidad de imponer un estado de excepción todavía más férreo e inclemente, prohibiría las protestas, elevaría el número de presos políticos, multiplicaría la cantidad de venezolanos acusados de traición a la patria. En otras palabras, fortalecería todos los objetivos de la dictadura: más presos políticos, más silencio, menos resistencia, menos información, menos libertades y más terror.

Pero las cosas no son tan fáciles como lo sueñan Maduro y sus secuaces, reunidos en las cuevas y pasadizos bajo tierra del Fuerte Tiuna. Hay dificultades concretas. La República Cooperativa de Guyana no está sola. Justo porque se trata de un pequeño país, cualquier jugarreta en su territorio, cualquier abuso armado, cualquier patraña militarista, sería enfrentada. No solo por el apoyo político que Guyana recibiría de la Comunidad del Caribe -Caricom-; también porque, como ya se ha analizado, se activarían los mecanismos establecidos en el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca -TIAR-, que permitiría a distintos países del continente proveer de protección militar a Guyana. Hay que recordar que Estados Unidos es una de las naciones fundadoras del TIAR y que se ha mantenido como parte del mismo desde 1947.

La tentación de convertir la reclamación del Esequibo en una puerta de escape para la dictadura está viva. La acarician los enchufados que sostienen que Venezuela podría hacerse con el control de la producción petrolera del vecino. Un apetito imperial. Sin embargo, una mala treta en Guyana podría significar la perdición de Maduro. Las calificaciones que ha recibido de Estados Unidos, que lo vinculan a distintas organizaciones delictivas y a tramas delictuales, no son meros ejercicios retóricos. Son calificaciones que se traducen en órdenes de captura, recompensas, cárcel, juicios y condenas. Maduro está rodeado. Por eso vive atrincherado. Sin embargo, en Guyana podría estar montada, lista para activarse, la trampa para cazar al forajido.