El "espíritu alado" de las nieves : la perdiz nival

Viajemos con nuestra mente lejos de las ciudades, en las que muchos españoles están metidos en edificios, muchas veces sudando con el insano calor de las calefacciones y aparatos de aire acondicionado. Viajemos lejos, más allá de los tejados de nuestras casas. Más allá de los campos que rodean las urbes. Y lleguemos a las cumbres solitarias de nuestras cadenas montañosas.
Las nieves se han hecho ahora dueñas y señoras de muchas de las cumbres españolas. En especial de las más frías: las del Pirineo. El frío lacerante de las alturas pirenaicas es tan brutal que ha expulsado, en su tiranía, a muchos de sus pobladores animales. Los rebecos han descendido hacia los valles para poder subsistir. Aves de montaña como los simpáticos treparriscos o los acentores alpinos, han bajado también. Ya no pueden permanecer en ésas amadas zonas altas donde estaban con el buen tiempo. Las marmotas hibernan en sus confortables refugios.
Pero hay un ave para la que es, sorprendentemente, como si hubiese llegado el buen tiempo. Un ave que ve con gusto estas nevadas. Los hielos, las ventiscas, las nieves,... son hasta tal punto sus compañeros que el día que estos no existan estas aves, sencillamente, no existirán tampoco.
Estas gélidas noches, las perdices nivales (o lagópodos alpinos, como también se les conoce) , que es el ave de la que les hablo, excavan una galería en la nieve. Una especie de "iglú" en el que pueden permanecer a varios grados de temperatura más que en el exterior, fuera de la nieve donde los crueles vientos bajo cero parecieran tener un afán asesino. Ello les ayuda a resistir allí, hermanadas con la nieve que las protege.
Tienen también las perdices nivales, como adaptación protectora frente a posibles depredadores, un plumaje blanco. De modo que si por ejemplo, un águila o un azor apareciesen por sus pagos, se arrojan sobre el blanco manto de la nieve para invisibilizarse. Esta blanca librea hace también más difícil que el ojo del zorro o el del armiño (que también tiene una blanca librea durante una época del año) pueda detectarlas.
E incluso tienen estas aves, en sus patas, "raquetas" de nieve, para poder desplazarse sobre ella sin hundirse cuando es blanda. Precisamente las aves de este tipo son llamadas lagópodos por esta circunstancias. Ya que "lago" significa liebre y "podo" pie. Es decir sus patas son plumosas recordando algo a los pelos que tienen las liebres en las suyas. Y ésas plumas en los dedos se abren cuando pisan la nieve, impidiendo que se hundan. Como unas "raquetas"
Pero estas interesantísimas y bellísimas aves no las tienen todas consigo en España. Una de las razones es el cambio climático.
En tiempos, hablamos de la época de las glaciaciones, ocupó áreas muy amplias de la península ibérica. Buena parte de España era entonces una tundra. Pero el clima fué cambiando lentamente y los hielos fueron replegándose hacia el norte de Europa. De modo que en el sur del continente solo pudo quedarse en ésos pocos lugares que conservaron algo de aquellos fríos y hielos: macizos montañosos como los del septentrión español, los Alpes, las montañas de Escocia,... Parece que todavía en el siglo XIX quedaban en la cordillera cantábrica, pero aquello terminó.
Hoy sus paraísos están en Islandia, Escandinavia, el norte de Rusia,... y en el sur del continente en ésa especie de "islas" de clima más frío que son algunas montañas, en las que es como si el tiempo no hubiese pasado tanto, y perdurase algo de la edad del hielo.
Pero cada vez queda menos de eso, acelerándose en tiempos más recientes a causa de la contribución humana al calentamiento climático que, entre otras cosas, está haciendo que los glaciares pirenaicos se batan en retirada y que las nieves sean cada vez menos abundantes.
Hoy quedan unos centenares de parejas en la cordillera pirenaica española (especialmente de Huesca y Lérida). Acaso unas 700 parejas según SEOBirdLife, que destaca que el cambio climático y el turismo son dos de los principales aspectos que amenazan a la especie en nuestro país. El primero, "tiene como efecto el desajuste de las fechas de cría respecto al estado óptimo del medio. A su vez, la permanencia de plumaje blanco en épocas sin nieve disminuye la capacidad de ocultación y facilita la depredación. Por su parte, el incremento del turismo, tanto invernal como estival, en la alta montaña —un territorio hasta hace poco remoto e intacto— ocasiona molestias y modifica y fragmenta su hábitat mediante nuevas construcciones e infraestructuras para el esquí. Esta humanización de la montaña también trae consigo la aparición de predadores oportunistas, como zorros. Las medidas de conservación vigentes son insuficientes y se limitan al seguimiento y la protección legal —que no siempre real— de algunos espacios".
La fiebre del esquí que ha castigado la Naturaleza de tantas montañas ha afectado mucho a la especie y , con ella, a todo su ecosistema. Uno de los proyectos que más ha inquietado en los últimos tiempos ha sido el de unir las estaciones de esquí de Candanchú, Astún y Formigal, situadas en el Pirineo de Huesca. Pero, lamentablemente, no es el único que ha amenazado o amenaza a territorios de la especie.
Quiera Dios que la voz de la perdiz nival, que es como una especie de fósil sonoro de la época glacial, siga escuchándose en los grandiosos escenarios del Pirineo. Haciéndonos creer, al levantar su vuelo desde el blanco manto que cubre las cumbres que es la nieve misma la que cobra vida. Como si esta ave, de algún modo, fuese su espíritu. El espíritu de las nieves.
Carlos de Prada