El apocalipsis llegó a Valencia en forma de riada el pasado 29 de octubre, devastando una gran comarca, “Horta Sud”, formada por municipios muy importantes como Paiporta, Torrent o Catarroja, siguiendo una trayectoria dicha riada desde prácticamente la zona de Utiel hasta el municipio de Silla, y desembocando en sus proximidades en la zona de la Albufera. Muchos kilómetros cuadrados y casi 800.000 personas afectadas.
Tras varios días lloviendo por causa de una DANA, fenómeno que antes era conocido coloquialmente como gota fría, las enormes cantidades de agua caída desbordaron ríos y barrancos “arriba” en el monte, y dieron origen a una riada que se deslizó ladera abajo hacia el mar, por lo que algún día fueron los cauces naturales de ríos o siguiendo barrancos o arroyos siempre secos. Al final, no por más repetido debe ser olvidado: la naturaleza vuelve a llenar de agua lo que hace miles de años eran ríos.
La tragedia es inmensa, gigantesca, con cerca de 300 muertos; no hay antecedentes parecidos de destrucción en el siglo XXI y solo alguno en el siglo XX se le acerca o le supera en fallecidos, como las riadas de la comarca del Vallés en 1962 en Barcelona (el mayor número de fallecidos, con entre 600 y 800), la “gran riada de Valencia” de 1957 que con 300 fallecidos motivó cambiar el cauce del Turia, algo providencial en estas jornadas, o la destrucción total de Ribadelago tras reventar la presa de Vega de Tera en los bellos parajes sanabreses (Zamora).
Por tanto, como primera conclusión, debemos decir que las tragedias causadas por la Naturaleza se repiten periódicamente, pero no es menos cierto que la evolución del ser humano y su desarrollo tecnológico, deberían también servir para minorar los daños producidas por estas tragedias.
Si el cauce desviado del Turia ha salvado en esta ocasión de arrasar la ciudad de Valencia, parece obligado que de esta magna catástrofe salgan de una vez por todas importantes inversiones, que son muy costosas y parecen un gasto ineficiente si algo no ocurre.
De la misma manera, y esto es un mal de nuestros días en los que la ideología se impone sobre la realidad y las necesidades de la población muchas veces, este debe ser el momento en que además de proteger a la naturaleza y buscar su plena recuperación, se proteja también a los ciudadanos que no tienen ninguna culpa de vivir en lugares donde no se debía haber construido. Es decir, como he oído a muchas personas en estos últimos días decir: hagamos obras hídricas para evitar las crecidas de los ríos, encaucemos los ríos, o recuperemos el entorno natural de dichos ríos monte arriba, pero no prohibamos limpiar sus cauces donde se acumula tanta maleza. Y de la misma manera, que la reconstrucción de muchos de estos pueblos no se haga sobre las construcciones ya existentes en terrenos inundables, sino en zonas que no lo sean.
En definitiva, el sentido común por encima de la ideología cuando esta se lleva especialmente a extremos incomprensibles. Por ejemplo, desterremos de nuestra política ocurrencias como la que tuvo la pasada legislatura el ex alcalde de Valencia, de pretender devolver el Turia a su cauce original por un fanatismo más “ecolojeta” que ecologista.
La segunda conclusión para mí sería dilucidar las causas de tal tragedia, y si es posible, desde ahí poner en marcha nuevos protocolos de respuesta rápida y coordinada. Lo que se hizo mal y si se hizo bien, si algo se hizo bien que no parece; la falta de coordinación entre los niveles de la administración que tenemos en España; el papel de los organismos estatales y sus funciones; el repensar la legislación de protección civil y de emergencias cuando la catástrofe es tan grande; el propio sistema de alertas; o la necesidad, o no, de dar más protagonismo a los técnicos en estas gestiones de crisis…en definitiva, que en memoria de los fallecidos, al menos los españoles podamos estar más preparados para sucesos venideros.
No considero por tanto que sea el momento del politiqueo ni de la trifulca en forma de navajeo. Tiempo habrá para ello. Tampoco debería serlo de los bulos en las redes sociales que tanto daño hacen, ni mucho menos de las campañas orquestadas contra los rivales políticos.
Pero si me gustaría acabar con lo bueno que queda de esta tragedia: la solidaridad altruista entre hermanos. Han sido y serán miles, este fin de semana otra vez, los españoles de todos los rincones los que se acerquen a las comarcas valencianas afectadas a prestar su ayuda como voluntarios. De la misma manera, han sido y son miles los ciudadanos que se han acercado a llevar material a los innumerables puntos de recogida en ayuntamientos o iniciativas de la propia sociedad civil.
Y también, como no, la ayuda de otras Comunidades Autónomas, que en el caso de Madrid ha sido permanente desde el primer momento, con medios materiales (grúas, helicópteros, palas excavadoras o drones entre otros) y personales (ERICAM (equipo de emergencias y respuesta rápida), protección civil, bomberos, forenses, etc.), y sobre todo mucho amor y solidaridad ante nuestros hermanos valencianos en este momento tan aciago de nuestra común historia como nación, y siempre con la esperanza de que Valencia vuelva a la normalidad pronto para que siga ofreciendo nuevas glorias a España.