Durante los años 30, a medida que los Protestantes iniciaban su rápida retirada de la oposición a las medidas de control de la natalidad, el obispo anglicano Albert Augustus David de Liverpool se pronunciaba en nombre de los contrarios a la moción. La relación sexual, decía, «debe ser considerada una necesidad lamentable hasta en el seno del matrimonio… Excepto donde se desee descendencia, los casados deben mantener el celibato tras el matrimonio, igual que antes».
No hay constancia de ninguna respuesta de la señora David (de haberla) ni de sus feligreses, que sin duda asintieron religiosamente, se volvieron a casa y puntualmente le ignoraron. Hay diferencia entre aspirar a la mejora del comportamiento humano y declarar la guerra a la naturaleza humana. En ese conflicto, es probable que la naturaleza humana gane.
Este ejemplo venía a la cabeza cuando el Papa Benedicto XVI decía hace poco que el uso del preservativo debe ser admisible, o moralmente comprensible por lo menos, en determinadas circunstancias para impedir el contagio del VIH/SIDA. En el curso de una larga entrevista literaria, el papa insistía en que «la fijación absoluta en el preservativo implica la banalización de la relación sexual». Pero continuaba: «Puede haber motivos sólidos en el caso de ciertos individuos, como quizá cuando un prostituto utiliza un preservativo, cuando esto puede ser el primer paso en la dirección de la moralización, una primera toma de contacto con la responsabilidad». Los líderes vaticanos restaban importancia más tarde a la declaración pero no se retractaban de lo aducido.
Este globo sonda del preservativo (dada las infinitas y notables posibilidades de dobles sentidos y juegos de palabras en esta materia, trataré de contenerme) es un cambio positivo y necesario. Los líderes católicos africanos de mi conocimiento han entendido hace mucho que una prohibición tajante del uso del preservativo es irreal. Entre las parejas mixtas – un miembro seropositivo, uno seronegativo — el uso del preservativo es una obligación. No es razonable, junto al obispo Albert, esperar la abstinencia dentro del matrimonio. Y el uso regular del preservativo por parte de las trabajadoras del sexo es esencial para la salud pública.
Como de costumbre, el papa sitúa sus declaraciones en el marco de un sofisticado argumento teológico. Parece estar diciendo que hay una faceta moral que reviste incluso los actos que la Iglesia considera inmorales. El uso de un preservativo, por parte de un prostituto en este caso, puede ser una muestra temprana y paulatina de despertar ético, manifestando inquietud por el bienestar de otro ser humano. Dicha responsabilidad personal en las relaciones sexuales no es suficiente, pero es preferible e importante. Sin hacer concesiones al ideal moral, el papa está dando cabida a los fallos humanos en aras de la vida humana, con la esperanza de la transformación moral ulterior.
La religión se ocupa de los ideales de la conducta humana. Acuerdos con el comportamiento humano probable por razones de salud pública — una categoría muy diferente. Ambas deberían respetar el papel que juega la otra. Los funcionarios de sanidad son remunerados para dar por sentado que hombres y mujeres van a dejarse llevar por sus pasiones y paliar las consecuencias. Dejan un cuenco con preservativos sobre la mesa, por si acaso.
Pero la prevención de las enfermedades siempre implica algún elemento de comportamiento ético, hasta en lo que respecta a los preservativos. Su uso durante la actividad sexual de alto riesgo siempre es bueno para un individuo, puesto que tiene una eficacia del 90% en la prevención del contagio del VIH. Pero la eficacia de los preservativos como estrategia social está determinada por la incidencia y la constancia en su uso. Los estudios han concluido que el uso de preservativos logra impedir el contagio del VIH en los prostíbulos y entre los varones que mantienen relaciones sexuales con varones. Pero en el caso de la opinión pública de África, el uso constante del preservativo ha sido más difícil de lograr. El progreso en la reducción de la incidencia del VIH a menudo se ha debido a la reducción del número de parejas sexuales y del retraso de la edad de la primera relación entre los jóvenes, las chicas en especial.
Ninguna estrategia eficaz de prevención del SIDA puede pasar por alto el papel del preservativo — ni el papel del cambio de pautas que a menudo se vincula a la religión. Las dos cosas son necesarias porque los seres humanos no son ni ángeles ni bestias, como atestigua la teología cristiana. La gente precisa de instituciones que se opongan a la banalización de la sexualidad, así como de instituciones que reconozcan y den cabida a las realidades de la sexualidad y las enfermedades.
Durante una visita a Sudáfrica, pregunté a un pastor cristiano muy conservador involucrado en un ministerio eclesiástico concienciado con el VIH/ SIDA cómo ve el tema del preservativo. «Cuando trato con chicas de 10 a 12 años», respondía, «les digo que se respeten y que aplacen la relación sexual. Cuando trato con trabajadores del sexo, les doy preservativos porque sus vidas están en juego».
Los mejores programas de prevención del SIDA son idealistas con el potencial humano y realistas con la naturaleza humana. Ahí parece ser a donde quiere ir el papa. Dada su posición indiscutible como conservador teológico, tal vez sólo él pueda hacer el viaje.
Michael Gerson