En el modelo tridimensional del monitor, el virus de inmunodeficiencia adquirida recuerda a una cabeza de brócoli amorfa, con su superficie abigarrada en constante cambio. Los investigadores del Centro de Inmunización dependiente de la Red Nacional de Salud atribuyen rasgos morales a su enemigo; es «engañoso» y «diabólico». El virus está recubierto de una cápsida de sacáridos que replican las proteínas naturales, lo que le hace transparente al sistema inmunológico. Su verdadera naturaleza sólo le es revelada al organismo cuando el virus tiene que ingresar en una célula – se aferra químicamente a una protuberancia e inyecta su veneno genético con un túbulo que se dispara igual que un muelle. Se protege alterando constantemente su secuencia genética. Un infectado de una cepa del virus puede ser huésped, en cuestión de semanas, de un millón de pequeñas mutaciones.
Durante sus 30 años de marcha, el virus ha infectado 65 millones de cuerpos humanos. Treinta millones de hombres, mujeres y niños han perdido la vida. No hay ni un caso de infectado cuyo sistema inmunitario haya eliminado de su organismo la infección del virus.
Este es el mayor desafío a la investigador inmune. El sistema inmune cuenta con herramientas eficaces de respuesta a enfermedades como la polio, el sarampión o la viruela. Muchos se recuperan y logran la humanidad espontánea. El propio organismo demuestra que la vacuna es factible. Pero no hay ninguna respuesta protectora natural al virus de la inmunodeficiencia adquirida. Los investigadores clínicos tienen que hacer una labor mejor que la naturaleza.
Durante la década posterior a la creación del Centro de Inmunización por parte del Presidente Bill Clinton, los científicos lograron un mayor conocimiento del virus. Pero su descubrimiento principal es lo difícil que será de derrotar. Ni siquiera había un camino científico a una solución. «Era igual que los antiguos griegos que buscaban un camino a la luna», recuerda el biólogo genómico Dr. Peter Kwong.
Una auditoría al centro en el año 2008 habría descubierto miles de millones gastados en unas pocas respuestas. Pero el avance científico se produce de forma irregular. «Sientas las bases», afirma el Dr. Gary Nabel, responsable del centro, «y entonces surge espontáneamente». En el año 2009 se produjeron dos avances independientes. El ensayo de una vacuna tailandesa logró producir un pequeño efecto protector, aunque los investigadores desconocían el motivo. Alrededor de la misma época, el diagnóstico clínico avanzado descubrió que del 10 al 25% de las personas contagiadas por el virus de inmunodeficiencia sí producen anticuerpos que neutralizan el virus — aunque la respuesta es demasiado débil para suponer alguna diferencia y llega demasiado tarde.
El virus, al parecer, es vulnerable en un punto de la estructura. Hay una sección de su envoltura que no sabe cambiar y camuflarse — la reducida zona por donde el virus se ancla a la célula diana. El anticuerpo con la misma estructura de anclaje que la célula podrá impedir el proceso de adhesión.
Los científicos del Centro han clonado ya ese anticuerpo. Producido en la suficiente concentración, se puede inyectar. La fase de ensayos está prevista el año que viene. Pero incluso si este enfoque funcionara, inyectar el anticuerpo fabricado artificialmente no será una solución práctica inmediata. Un gramo de anticuerpo, calcula Nabel, podría costar hasta 100 dólares de fabricarse. Unas 100 millones de personas necesitarían ser inoculadas una vez al mes. La factura de este enfoque sería prohibitiva, hasta que el gasto se redujera drásticamente.
La principal esperanza es una vacuna que se pueda inyectar una vez o unas cuantas, dando lugar a una respuesta inmunológica que posibilite una protección sostenida en el tiempo. «Queremos que el organismo sea la fábrica de los anticuerpos», explica Nabel. A diferencia de los precedentes de las vacunas restantes, no es posible utilizar una versión muerta del virus para dar lugar a la inmunidad. Puede que haga falta separar solamente el fragmento vulnerable del virus y luego introducirlo en el organismo para dar lugar a la producción de anticuerpos. «No es una idea ficticia», me asegura Nabel. Sin embargo, no se ha hecho nunca.
A corto y medio plazo, ni el anticuerpo inoculado ni la vacuna van a ser sustitutos de las formas restantes de prevención del sida. Las reducciones sustanciales del ritmo de infección se pueden lograr en la actualidad a través del uso constante del preservativo, el cambio de hábitos y la circuncisión. Someter a tratamiento con el cóctel del sida a las embarazadas infectadas puede impedir el contagio a sus hijos. Los geles antimicrobianos muestran resultados prometedores.
Pero los investigadores del centro saben que una vacuna eficaz será la derrota definitiva de su astuto enemigo. «A diario se producen 7.000 contagios», reflexiona Nabel. «Si nos anticipamos un solo día, supondrá una diferencia».
El día en que ese trabajo esté acabado sigue lejos. Pero ahora, por lo menos, hay un camino a la luna.
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Michael Gerson