jueves, noviembre 21, 2024
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Historias de mi vida liberal: elogio de la desigualdad

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Bernardo Rabassa
Bernardo Rabassa
Librepensador. Maestro Nacional. Licenciado y Doctor en Filosofía y Letras y Diplomado en Psicología Industrial por la Universidad Complutense de Madrid.

Según el chiste de Nieto en ABC hace unos años en 1916, leen los refugiados bajo un puente, la noticia de que según el periódico el 30% de la población tiene igual riqueza que el resto, nosotros tenemos una caja vacía, ¿para que querrán los ricos 70 cajas vacías?. Es la lógica cartesiana aplicada en forma aplastante, a la formula de la desigualdad, que nace en la Revolución francesa: Libertad. Igualdad, Fraternidad, planteamientos roussonianos, del hombre bueno, la sociedad le pervierte, frente a las ideas de Hobbes “el hombre es un lobo para el hombre”, formula arreglada por Carlos Marx, creador del marxismo arreglaremos esta situación con la intervención del Estado, que repartirá igualdad y fraternidad, quitándosela a la Libertad creadora del Capital, fracasando en el S. XX tanto en Rusia como en Latinoamérica y Asia, pues se les olvidaba, que para repartir antes hay que crear riqueza, y no hay interés en crearla, cuando no se puede ahorrar o acumular, regímenes rusos , bolivarianos, castristas, populistas, han siempre fracasado y solo los Keynesianos, medio-marxistas han conseguido algo permitiendo en los países occidentales las acumulación de riquezas por el trabajo y el ahorro, a base de crear impuestos que aprietan pero no ahogan del todo la Libertad. 

Desigualdad y el debate sobre la redistribución: entre la riqueza y la libertad. En la viñeta de Nieto en ABC , un grupo de refugiados bajo un puente reflexiona sobre la desigualdad. Uno de ellos lee que el 30% de la población posee la misma riqueza que el resto y se pregunta: «¿Para qué querrán los ricos 70 cajas vacías?». La ilustración resume con mordacidad una situación persistente: el asombro ante la acumulación de riqueza en pocas manos y la impotencia de quienes carecen de los medios para alcanzar siquiera una fracción de ese bienestar.

Este dilema, que contrapone riqueza y libertad, se remonta a ideas arraigadas en la filosofía política moderna. A finales del siglo XVIII, la Revolución Francesa acuñó los ideales de “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, conceptos que en teoría han de convivir armoniosamente, pero que en la práctica han generado constantes tensiones. En este contexto, surgieron dos corrientes de pensamiento, casi opuestas: por un lado, las ideas de Jean-Jacques Rousseau, quien creía en la bondad natural del hombre y sostenía que era la sociedad quien lo pervertía; y por otro, la visión de Thomas Hobbes, para quien el hombre es un lobo para el hombre, orientado naturalmente a la competencia y el conflicto.

Con estas bases, a finales del siglo XIX Karl Marx toma una posición definida frente a la desigualdad: propone la intervención del Estado como motor redistribuidor, buscando atenuar la brecha económica que tanto Rousseau como Hobbes vislumbraban, aunque desde perspectivas diferentes. Su planteamiento fue claro: el Estado actuaría en nombre del bien común, nivelando las condiciones y asegurando que las riquezas no quedaran en manos de unos pocos. La teoría marxista señalaba que la desigualdad de clase no era solo un subproducto del sistema capitalista, sino su pilar fundamental. Para Marx, la riqueza concentrada de unos pocos se construía sobre la pobreza de las masas.

Sin embargo, el siglo XX mostró que la implementación de estas ideas en países como Rusia, China y, más tarde, en América Latina y Asia, no dio los frutos que se esperaban. En la Unión Soviética, el sistema comunista prometía la igualdad, pero al final la intervención estatal sofocó la libertad individual y terminó generando una nueva élite burocrática que, en muchos casos, se enriquecía a costa del proletariado, hasta terminar con el muro de Berlín . En América Latina, los regímenes socialistas de Cuba y los gobiernos bolivarianos propusieron modelos similares, y aunque en sus inicios lograron reducir algunos niveles de pobreza, la falta de incentivos para la creación de riqueza llevó a estancamientos económicos y, en muchos casos, a crisis que aún persisten.

Uno de los mayores problemas de estas economías fue su poca capacidad para fomentar el ahorro y la acumulación de capital. Sin incentivos para crear riqueza, el ciclo de producción y ahorro esencial para el crecimiento económico y el bienestar se detenía. Al no permitir la acumulación de recursos, tampoco se permitía el avance económico; el resultado fue una pobreza generalizada y la incapacidad del sistema para sostener los mismos ideales de igualdad y fraternidad que en principio prometían.

Por otro lado, el modelo keynesiano planteó una alternativa intermedia que buscaba combinar la intervención estatal con el fomento de la economía de mercado. Inspirado en las teorías de John Maynard Keynes, este modelo interviene en el mercado, pero permite que exista acumulación de riqueza, dentro de ciertos límites impuestos por el Estado a través de una fiscalidad progresiva. En países occidentales, la implementación de impuestos redistributivos permite una acumulación de riquezas sin que se sofoque del todo la libertad individual y empresarial. Aunque esta estrategia no elimina la desigualdad, ha permitido la creación de sistemas de bienestar que amortiguan las diferencias sociales y fomentan el crecimiento económico.

El keynesianismo logró un equilibrio en el que el Estado no expropia, sino que grava a los ciudadanos y empresas para financiar servicios públicos y sistemas de seguridad social. Este modelo ha logrado un nivel de bienestar y estabilidad en países occidentales, donde si bien la desigualdad persiste, las redes de protección social permiten que una parte de la población vulnerable tenga acceso a servicios básicos y oportunidades de movilidad social. Sin embargo, el modelo también enfrenta críticas: ¿hasta dónde deben llegar estos impuestos? ¿Cómo evitar que un exceso de intervención estatal ahogue la innovación y la libertad económica?

El dilema de la desigualdad y la redistribución continúa siendo uno de los mayores desafíos de las economías modernas. La historia muestra que la simple intervención estatal sin incentivos para la creación de riqueza no es sostenible. Por otro lado, un sistema que permite la acumulación sin límites puede llevar a situaciones de extrema desigualdad. Al final, el reto está en encontrar un equilibrio que permita tanto la libertad de creación como un nivel de redistribución que garantice oportunidades para todos.

La viñeta de Nieto, aunque humorística, refleja una verdad seria: los ricos pueden acumular muchas cajas, pero si estas quedan vacías de significado, sin posibilidad de que otros también encuentren una oportunidad en ellas, las promesas de “Igualdad” y “Fraternidad” quedarán siempre inconclusas.

         Solo en los USA donde han vencido las doctrinas libertarias de la escuela de Chicago de Milton Friedman se crea de verdad riqueza , mientras que en Europa la escuela Austriaca de Hayeck y Popper, ha tenido poca influencia en países todos ellos estatalistas y partidarios de la subvención, Finlandia está dispuesta a quitar subvenciones, a base de dar un salario básico a todos los ciudadanos, como en España quiere Podemos. El problema es de donde sacaran tanto dinero para poder financiar, esta, en principio, loca aventura.

      Respecto a la Desigualdad resultante de la creación de riqueza por una parte elitista de la población, la ha estudiado y puesto de moda el francés Thomas Piketty, que dice que los debates intelectuales y políticos sobre la distribución de la riqueza se han alimentado sobre todo de grandes prejuicios y de muy pocos datos. En ese campo de batalla han convergido ideas sobre la igualdad entre los ciudadanos, el derecho de las personas a ser retribuidas conforme a sus méritos. Es autor del libro publicado en 2013 Le Capital au XXIe siècle (El capital en el siglo XXI publicado por el Fondo de Cultura Económica en español3 y en inglés Capital in the Twenty-First Century publicado en 2014) en el que expone cómo se produce la concentración de la riqueza y su distribución durante los últimos 250 años. En el libro Piketty sostiene que cuando la tasa de acumulación de capital crece más rápido que la economía, entonces la desigualdad aumenta. El autor propone, para evitar lo que denomina un capitalismo patrimonial, los impuestos progresivos y un impuesto mundial sobre la riqueza con el fin de ayudar a resolver el problema actual del aumento de la desigualdad. Sus trabajos cuestionan de manera radical la hipótesis optimista del economista ruso Simon Kuznets quien establecía un vínculo directo entre el desarrollo económico y la redistribución de ingresos, resaltando la importancia de las instituciones políticas y fiscales en la instauración de impuestos e ingresos públicos y por tanto en la evolución económica histórica de la distribución de la riqueza.

     A su socaire han salido rápidamente estudios para demostrar la desigualdad, cuando mi tesis es que yo no quiero ser igual que otro, ni nadie lo quiere tampoco, si no hay trabajo, esfuerzo y merito, tampoco debe haber recompensa. Y así se ha publicado en los más importantes medios que España es el país de la OCDE en el que más ha crecido la desigualdad desde el inicio de la crisis, tan solo por detrás de Chipre y superando hasta en catorce veces a Grecia, según el informe «Una economía al servicio del 1%» que ha publicó Oxfam Intermon en 2016.

La relación entre riqueza, inversión y desigualdad ha sido una cuestión central en el análisis económico, especialmente en tiempos de acelerada concentración de recursos en manos de unos pocos. Aunque existen diferencias ideológicas y perspectivas diversas sobre el impacto de la desigualdad, economistas de renombre como John Maynard Keynes, Paul Krugman y Thomas Piketty han coincidido en que el crecimiento económico debe, en última instancia, beneficiar a todos y que es fundamental implementar políticas que moderen la desigualdad para que las economías sean sostenibles y justas.

A continuación, exploraremos cómo la concentración de riqueza, los flujos de inversión y la influencia de bancos y fondos impactan en la economía y en la igualdad social.

La Concentración de Riqueza: ¿Un Motor de Crecimiento? Los inversores con grandes patrimonios, particularmente aquellos vinculados a bancos y fondos de inversión, desempeñan un papel clave en las economías actuales. Con más de 30,000 millones de euros en acciones de la bolsa española en manos de tan solo diez fondos extranjeros, no cabe duda de que la influencia de estos grupos es considerable. Al tener acceso a grandes cantidades de capital, pueden orientar recursos hacia sectores estratégicos, promover la innovación, crear empleos y financiar proyectos que, en principio, pueden acelerar el crecimiento económico. Sin embargo, estos grupos también buscan maximizar sus beneficios, lo que puede dar lugar a una dinámica en la que se prioriza la rentabilidad a corto plazo sobre el desarrollo inclusivo a largo plazo.

Para algunos, este tipo de concentración es visto como una consecuencia natural del funcionamiento del mercado y una herramienta para el crecimiento. Los defensores del libre mercado afirman que la acumulación de riqueza no implica necesariamente un impacto negativo en la sociedad, sino que puede promover la inversión que tanto necesitan las economías para prosperar.

La Paradoja de la Inversión y la Desigualdad. Sin embargo, la concentración de riqueza también tiene sus desventajas. La acumulación de grandes capitales permite a los inversionistas mover sus recursos de manera estratégica, dejando fuera de la toma de decisiones a amplios sectores de la población y provocando una creciente desigualdad en la distribución de ingresos. Thomas Piketty, en su obra El Capital en el Siglo XXI, sostiene que cuando el rendimiento del capital crece más rápido que la economía en su conjunto (una tendencia común en épocas de concentración de riqueza), el crecimiento económico tiende a favorecer a las élites económicas mientras que la mayoría de la población queda relegada, ampliando así la brecha entre ricos y pobres.

Para Piketty, esta dinámica genera una economía desequilibrada y puede conducir a problemas sociales a largo plazo. Propone políticas fiscales progresivas y mecanismos de redistribución de la riqueza para evitar que el capital acumulado se convierta en una barrera estructural para la movilidad social y el desarrollo equitativo.

John Maynard Keynes introdujo en el siglo XX una visión revolucionaria: el crecimiento económico se impulsaba, en gran medida, a través de la demanda agregada. Keynes sostenía que el consumo de la clase trabajadora y media es esencial para mantener el motor económico en funcionamiento. Según esta lógica, si los ingresos se concentran solo en una minoría, la demanda general se estanca y el crecimiento se vuelve insostenible. Para Keynes, el Estado debe intervenir para mantener el pleno empleo y fomentar la inversión en épocas de desaceleración económica, impulsando así la demanda agregada.

A diferencia de la perspectiva neoliberal, que prefiere minimizar la intervención estatal, Keynes creía que el Estado tenía un papel fundamental en garantizar la estabilidad económica, lo que incluía asegurar una distribución más justa de los ingresos para evitar desequilibrios de demanda. En este contexto, la acumulación excesiva de capital en manos de unos pocos es vista como un obstáculo para el crecimiento general.

Paul Krugman, premio Nobel de Economía y defensor del keynesianismo moderno, ha abordado de manera similar la relación entre desigualdad y crecimiento. Para Krugman, la concentración extrema de riqueza es perjudicial para las economías democráticas. Como economista y columnista, Krugman argumenta que la desigualdad genera una economía en la que el consumo y la inversión se ven distorsionados, y la política fiscal se inclina hacia los intereses de los más ricos. La concentración de la riqueza no solo impide una distribución justa de los recursos, sino que también produce un sesgo en las políticas públicas que beneficia a quienes concentran capital.

Krugman sostiene que, si bien la inversión es fundamental para el crecimiento, esta debe estar acompañada de políticas que regulen los excesos y promuevan una distribución de ingresos más equilibrada. Sin una clase media fuerte y una infraestructura económica inclusiva, el crecimiento generado por la inversión privada tiende a ser efímero y no contribuye a un desarrollo equitativo ni sostenible.

A pesar de las diferencias en sus enfoques, Keynes, Krugman y Piketty coinciden en que una economía equitativa es tanto un imperativo moral como un factor fundamental para la estabilidad a largo plazo. Las políticas fiscales progresivas, la inversión en educación, salud y servicios públicos, así como la regulación de las prácticas de inversión, son herramientas que, bien aplicadas, pueden ayudar a reducir la desigualdad.

En el mundo de hoy, donde bancos y fondos de inversión controlan enormes sumas de dinero, la clave no radica únicamente en aceptar la concentración de riqueza como una realidad económica. Es necesario tomar medidas para asegurar que la riqueza no se convierta en una barrera insuperable para la movilidad social, sino en un recurso que potencie el crecimiento de todos.

Los debates entre Krugman, Keynes y Piketty reflejan una evolución en el pensamiento económico hacia un modelo en el que la inversión, sí, pero también la justicia social, contribuyan a una economía que beneficie a todos.

         El problema es cuando todos somos igualmente pobres y a ello se llega pisoteando a los ricos o a los más adinerados, imponiendo más tasas e impuestos, que finalmente pueden ahogar y matar, a la gallina de los huevos de oro, que es precisamente la desigualdad entre clases, como ha ocurrido en los USA con parte de  la clase media que ha pasado a ser acaudalada, es decir que del 40% de más acaudalados, se ha pasado al 60% y eso es bueno para el país aunque como ya dije en un anterior artículo, las clases sociales son ahora diez, divididas entre los antiguos y los nuevos, como está pasando en España en el enfrentamiento entre PP, PSOE con Podemos y Ciudadanos, lo que supone una renovación social basada en la desigualdad, todo lo que se haga por rebajarnos a todos a pobres como en Venezuela, es el fracaso de la libertad y el triunfo del Populismo demagógico(véase Grecia y Portugal), y sus clases dirigentes se hacen ricas con dinero venezolano e iraní en Podemos, o con el dinero del Pueblo en la Rusia de la Nomenklatura, con dachas en el campo y veraneos en Crimea o bien  los Familiares de Maduro implicados hasta en el narcotráfico.

En resumen:: La Desigualdad Produce Riqueza:¿Cuáles son sus principales pensadores Principales Pensadores y Perspectivas?. La afirmación de que la desigualdad genera riqueza ha sido debatida durante siglos en la economía, la filosofía y las ciencias sociales. Esta perspectiva sostiene que la desigualdad, si es motivada por la competencia y la innovación, puede ser un motor de crecimiento económico. Sin embargo, también plantea importantes dilemas éticos y de justicia. A continuación, se exploran las ideas de algunos de los pensadores más influyentes que han abordado este complejo tema, destacando sus principales argumentos a favor de la desigualdad como un impulso para la creación de riqueza y las críticas a estas ideas.

1. Adam Smith: Desigualdad como Incentivo para el Progreso

El filósofo y economista escocés Adam Smith es ampliamente considerado como uno de los padres de la economía moderna. En su obra La Riqueza de las Naciones (1776), Smith explica cómo la búsqueda individual de beneficios económicos —un instinto que genera desigualdad— puede, paradójicamente, beneficiar a la sociedad en su conjunto. Según Smith, cuando los individuos compiten en un mercado libre buscando su propio beneficio, esto conduce a una asignación eficiente de recursos, impulsa la innovación y, en última instancia, crea riqueza.

Para Smith, la desigualdad puede ser positiva si se basa en la meritocracia y en el esfuerzo individual. Aunque reconocía que las diferencias en ingresos y riqueza eran inevitables, también advertía sobre los peligros de la concentración excesiva de poder y riqueza en pocas manos, y defendía la necesidad de regulaciones para evitar monopolios.

2. Joseph Schumpeter: La Desigualdad y la Destrucción Creativa

El economista austríaco Joseph Schumpeter, en su teoría de la «destrucción creativa,» enfatiza el papel de los empresarios y la innovación en el crecimiento económico. Para Schumpeter, el capitalismo necesita de innovadores que asuman riesgos para desarrollar nuevos productos y procesos, lo cual genera riqueza, pero también inevitablemente crea desigualdad. A través de la competencia y la sustitución de viejas tecnologías por nuevas, se genera un ciclo donde algunos individuos se enriquecen, mientras que otros quedan rezagados.

Schumpeter argumenta que esta «destrucción creativa» es esencial para el progreso económico. Sin embargo, reconocía que esta misma dinámica podría dar lugar a una creciente desigualdad y planteó que, si no se regulaba, podría llevar a una crisis del capitalismo y a la concentración del poder en manos de unos pocos empresarios, lo que pondría en peligro los beneficios de la competencia.

3. Friedrich Hayek: La Desigualdad como Reflejo de Libertad Económica

Friedrich Hayek, uno de los economistas más influyentes del siglo XX y defensor del libre mercado, argumentaba que la desigualdad es una consecuencia natural y necesaria de la libertad económica. Para Hayek, en una economía libre, los individuos deben ser capaces de aprovechar las oportunidades que les ofrece el mercado sin interferencias. La desigualdad, según él, es un reflejo de las elecciones y de la libertad individual para asumir riesgos.

Hayek defendía la desigualdad como un incentivo para el esfuerzo y la innovación. Según su perspectiva, tratar de igualar los ingresos a través de intervenciones estatales no solo sofoca la libertad, sino que también frena el crecimiento económico y la creación de riqueza. Sin embargo, sus críticos señalan que este enfoque puede llevar a una concentración extrema de la riqueza y, paradójicamente, limitar la libertad de aquellos que quedan excluidos del progreso económico.

4. Milton Friedman: La Desigualdad como Motor de Eficiencia

Milton Friedman, uno de los principales exponentes de la economía de libre mercado en el siglo XX, defendía la idea de que las diferencias en ingresos y riqueza son una característica esencial de un sistema eficiente. Para Friedman, la desigualdad es el resultado de las diferencias en talento, esfuerzo y elecciones personales. A su juicio, si las personas tienen libertad para decidir cómo emplear su tiempo y recursos, la desigualdad surge naturalmente.

Friedman argumentaba que un sistema de libre mercado, aunque puede generar desigualdad, es el mejor mecanismo para la creación de riqueza y el crecimiento económico. Sin embargo, también sostenía que el Estado debería intervenir para brindar oportunidades básicas (educación y salud) a los ciudadanos, aunque rechazaba la redistribución de ingresos como medio para reducir la desigualdad.

5. Thomas Piketty: La Desigualdad como Amenaza al Crecimiento y la Democracia

En El Capital en el Siglo XXI (2013), el economista francés Thomas Piketty desafía la idea de que la desigualdad sea necesaria o beneficiosa para la creación de riqueza. Según Piketty, el crecimiento de la riqueza en manos de unos pocos es una tendencia intrínseca del capitalismo moderno y una amenaza tanto para el crecimiento económico sostenido como para la estabilidad democrática.

Piketty argumenta que la acumulación de riqueza en manos de unos pocos ralentiza el consumo y crea una sociedad de clases, donde el poder económico tiende a concentrarse, lo cual ahoga la competencia y reduce la movilidad social. Como alternativa, Piketty propone impuestos progresivos sobre la riqueza para frenar la acumulación de capital y redistribuir los recursos, lo que permitiría una mayor equidad y dinamismo en el mercado.

En conclusión: La Desigualdad como Espada de Doble Filo. Los pensadores mencionados presentan perspectivas variadas sobre la relación entre desigualdad y riqueza. Mientras que algunos consideran que la desigualdad es un motor del progreso económico, otros sostienen que puede ser una amenaza para la estabilidad social y la equidad. Si bien la desigualdad puede incentivar la innovación y el esfuerzo, su impacto positivo depende en gran medida de que exista un sistema que permita la movilidad social y que evite la concentración extrema de la riqueza.

En un mundo globalizado, donde las brechas de riqueza y poder son cada vez más visibles, el debate sobre los efectos de la desigualdad está más vigente que nunca. Las lecciones de estos pensadores son un recordatorio de la importancia de un equilibrio entre la creación de riqueza y la justicia social, para garantizar que el crecimiento económico sea inclusivo y que los beneficios del progreso lleguen a una mayor parte de la sociedad.

La raíz del problema político en España: la necesidad de una reforma en la Ley Electoral y de Partidos Políticos. Hoy En España, la política ha dejado de ser, para muchos, un espacio de servicio público para convertirse en una fuente de ingresos, tanto legítimos como ilegítimos. Este problema parece estar presente de manera destacada en el PSOE de Pedro Sánchez, aunque es una situación que afecta a partidos de diversos signos. Las recientes concesiones económicas y la constante aparición de escándalos vinculados a administraciones de diferentes niveles demuestran una preocupante realidad: la falta de un marco regulador eficaz en la Ley Electoral y en la Ley de Partidos Políticos ha permitido que los intereses económicos primen sobre el mérito y el compromiso social.

La actual Ley Electoral, en combinación con una Ley de Partidos que favorece estructuras de poder centralizadas, permite que la política se convierta en un refugio para aquellos que buscan beneficios personales. La falta de mecanismos estrictos para la rendición de cuentas y el control interno en los partidos crea un entorno en el que es más fácil, para ciertos individuos, acceder a recursos económicos y poder. Así, la política deja de ser un espacio para el debate de ideas y el beneficio común, transformándose en una lucha de intereses en la que el ciudadano queda en segundo plano.

El problema de fondo, entonces, no es la desigualdad creadora, aquella que premia el mérito, la capacidad y el esfuerzo individual. De hecho, permitir que aquellos con mayores capacidades y talentos puedan progresar y ganar dinero en función de su mérito debería ser un pilar fundamental de cualquier sistema económico y político moderno. Sin embargo, en el contexto político español, el acceso a esos beneficios no se da mediante una selección basada en la competencia y el mérito, sino a través de una estructura que permite el ascenso de quienes saben manipular las reglas internas de los partidos. En este contexto, aquellos que podrían aportar verdaderas soluciones e innovación muchas veces quedan al margen, limitados por un sistema que beneficia a quienes logran acomodarse mejor en las jerarquías de los partidos.

El fenómeno conocido como la «puerta giratoria» – donde políticos pasan del sector público al privado en puestos de alta remuneración, y viceversa – es otra manifestación de este problema. Aunque no es exclusivo de España, aquí se da en un contexto donde los mecanismos de control y transparencia son limitados, lo que facilita que las conexiones políticas puedan convertirse en un canal de acceso a beneficios y oportunidades laborales. No sorprende entonces que en muchas ocasiones las concesiones económicas y contratos importantes se otorguen a empresas con relaciones estrechas con políticos, levantando dudas sobre la objetividad y equidad en la gestión de los recursos públicos.

¿Qué reformas son necesarias? Para recuperar la confianza en la política, y fomentar una verdadera cultura del mérito, es fundamental llevar a cabo reformas estructurales en la Ley Electoral y en la Ley de Partidos. Algunas propuestas de reforma podrían incluir:

  1. Fortalecimiento de la transparencia interna en los partidos: Exigir mecanismos de rendición de cuentas y transparencia interna que permitan que los cargos y decisiones dentro de los partidos se otorguen en función de criterios objetivos, y no de lealtades o intereses personales.
  2. Regulación estricta de las donaciones y financiamiento de partidos: Limitar y regular de forma efectiva las contribuciones privadas, y asegurar que el financiamiento esté destinado a fortalecer la democracia y no a satisfacer intereses particulares.
  3. Fomentar la competencia y el mérito en la designación de candidatos: Establecer normativas que incentiven la competencia abierta y meritocrática en los procesos de selección de candidatos. Esto no solo permitiría el acceso de perfiles más capacitados, sino que también devolvería a la política su verdadero propósito.
  4. Prohibición de la “puerta giratoria” sin límites claros: Impedir el paso directo y sin limitaciones de cargos públicos al sector privado en áreas relacionadas con su labor pública, para evitar conflictos de intereses y reforzar la confianza en la imparcialidad de las decisiones políticas.
  5. : Crear mecanismos de participación ciudadana que permitan una mayor vigilancia en la toma de decisiones económicas y en la gestión de los recursos públicos.

Fomentar una política de mérito y transparencia. La necesidad de reformas en el sistema político español es urgente. Al proteger la política de intereses económicos particulares y al premiar el mérito y la capacidad, se puede construir un sistema más justo, en el que los ciudadanos recuperen la confianza y sientan que los mejores, y no los más conectados, son quienes realmente representan sus intereses. Es prioritario, por tanto, asegurar que la política vuelva a centrarse en el servicio al ciudadano y en el bien común.

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