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Pedro Sánchez y el populismo latinoamericano: ¿un espejo inquietante para la democracia española?

En los últimos años, el panorama político español ha experimentado una transformación notable. Pedro Sánchez, actual presidente del Gobierno, ha sido protagonista de un estilo de liderazgo que, cada vez más, recuerda a los modelos populistas que han marcado la política latinoamericana en las últimas décadas. Este paralelismo no es gratuito ni superficial: responde a una serie de estrategias y actitudes que, bajo la apariencia de modernidad y progreso, reproducen patrones ya conocidos en otras latitudes. ¿Estamos ante una “latinoamericanización” de la política española? Analicémoslo en profundidad.

El personalismo como eje central 

Uno de los elementos más visibles en el liderazgo de Sánchez es el personalismo. El presidente ha convertido su figura en el epicentro de la vida política, desplazando el protagonismo de su partido y de las instituciones. Sus intervenciones públicas, a menudo cargadas de referencias personales y apelaciones emocionales, buscan generar empatía y fidelidad en sus seguidores. Esta centralidad del líder, que se presenta como indispensable para el destino del país, es un rasgo clásico de los populismos latinoamericanos, donde la figura del presidente suele estar por encima de partidos, leyes  y, en ocasiones, incluso de la propia Constitución.

 Este fenómeno no es nuevo en la política mundial.  Desde Juan Domingo Perón en Argentina hasta Hugo Chávez en Venezuela, pasando por líderes como Evo Morales en Bolivia o Rafael Correa en Ecuador, el personalismo ha sido la piedra angular de regímenes que, en nombre del pueblo, han erosionado los contrapesos democráticos.

Pueblo contra élite: la retórica de la confrontación 

Sánchez ha adoptado una narrativa que enfrenta al “pueblo” con “las élites”, “los poderosos” o “los enemigos de la democracia”. Este discurso, que simplifica la realidad política en una lucha binaria, busca movilizar a los descontentos y presentarse como el único defensor de los intereses populares. La estrategia es efectiva: genera cohesión interna y deslegitima a los adversarios, pero también polariza a la sociedad y dificulta el consenso.

En América Latina, esta retórica ha sido utilizada por líderes de distinto signo ideológico para justificar políticas controvertidas y perpetuarse en el poder. El resultado, en muchos casos, ha sido la fractura social y el debilitamiento de las instituciones.

Polarización y movilización emocional  La política de Sánchez se ha caracterizado por el uso de temas de alta carga simbólica: la amenaza de la ultraderecha, la desinformación, el lawfare, la defensa de los derechos sociales. Estos asuntos, presentados de forma emocional y a menudo maniquea, sirven para movilizar a los propios y dividir a la sociedad en bandos irreconciliables. No se trata solo de ganar elecciones, sino de crear un clima en el que cualquier crítica sea percibida como un ataque a la democracia misma.

Esta estrategia ha sido ampliamente documentada en el populismo latinoamericano, donde la polarización es vista como una herramienta de control social y político. El riesgo es evidente: una sociedad polarizada es menos capaz de dialogar, de llegar a acuerdos y de construir soluciones a largo plazo.

Flexibilidad ideológica y pragmatismo extremo 

Pedro Sánchez ha demostrado una notable capacidad para adaptar su discurso y sus alianzas a las circunstancias. Ha pactado con fuerzas de izquierda radical, nacionalistas e independentistas, y ha cambiado de posición en cuestiones clave como la reforma laboral, la política fiscal o la gestión territorial. Sus críticos le acusan de carecer de principios y de actuar únicamente en función de su supervivencia política.

Este pragmatismo extremo es también una seña de identidad de los populismos latinoamericanos, donde la ideología suele estar al servicio de la estrategia y no al revés. Lo importante es mantenerse en el poder, aunque para ello haya que cambiar de aliados o de discurso.

Desconfianza y erosión de los contrapesos institucionales

Uno de los aspectos más preocupantes del “sanchismo” es su relación con los contrapesos institucionales. Las reformas propuestas para modificar el funcionamiento del sistema judicial, aumentar el control sobre la Fiscalía y facilitar la renovación del Consejo General del Poder Judicial han sido interpretadas por la oposición y por parte de la judicatura como intentos de someter los controles constitucionales al poder ejecutivo. En América Latina, este tipo de reformas ha sido el preludio de procesos de concentración de poder y de debilitamiento de la democracia. La independencia judicial es una garantía fundamental en cualquier Estado de derecho, y su erosión abre la puerta al autoritarismo. Deslegitimación de adversarios y medios 

Sánchez ha recurrido, en numerosas ocasiones, a la retórica de la conspiración y la victimización. Se presenta como blanco de ataques de la oposición, de los jueces y de los medios, y acusa a estos actores de intentar desestabilizar al Gobierno. Esta estrategia, que busca consolidar el apoyo de los propios y deslegitimar a los críticos, es común en los regímenes populistas latinoamericanos. El peligro de esta táctica es doble: por un lado, erosiona la confianza en las instituciones y en los medios de comunicación; por otro, dificulta la rendición de cuentas y la transparencia.

Corrupción y escándalos: una sombra persistente 

Como ocurre en muchos gobiernos populistas latinoamericanos, la sombra de la corrupción planea sobre el Ejecutivo de Sánchez. Los casos que afectan a su entorno más cercano —el caso Koldo, las investigaciones sobre su esposa Begoña Gómez y su  hermano, o el escándalo Isofotón— han puesto en  entredicho la integridad del Gobierno y alimentan la percepción de impunidad mientras se mantenga en  el poder.

Estos escándalos recuerdan a los “expedientes dormidos” de los regímenes latinoamericanos, que solo salen a la luz cuando el líder pierde el poder. La falta de transparencia y la lentitud de la justicia contribuyen a la desconfianza ciudadana y a la sensación de que la corrupción es sistémica. El control del sistema judicial: ¿hacia un modelo iliberal?

Uno de los aspectos más controvertidos de la gestión de Sánchez es su intento de modificar el equilibrio de poderes en el sistema judicial. El Gobierno ha propuesto que la Fiscalía, bajo control jurisdiccional, asuma la dirección de las investigaciones judiciales, desplazando a los jueces de instrucción. Además, ha planteado la posibilidad de renovar el Consejo General del Poder Judicial solo con mayoría absoluta, lo que permitiría hacerlo sin el acuerdo del principal partido de la oposición.

Estas reformas, presentadas como una modernización del sistema, han sido criticadas por la oposición y por la Comisión Europea, que advierten del riesgo de politización de la justicia y de debilitamiento de la independencia judicial. La experiencia latinoamericana muestra que este tipo de cambios suelen ser el preludio de una mayor concentración de poder y de una menor rendición de cuentas.

Reformas legales y otras iniciativas polémicas 

El Ejecutivo ha impulsado reformas para modificar delitos como la sedición y la malversación, facilitando la aprobación de leyes que benefician a sus aliados políticos y dificultan la acción judicial contra ellos. Además, ha promovido cambios en la designación de magistrados del Tribunal Constitucional, ampliando el poder del Gobierno en estos nombramientos. Otras iniciativas, como la Ley de Justicia Intergeneracional y la reforma de las carreras judicial y fiscal, son vistas por la oposición como parte de una estrategia para reforzar el control político sobre el sistema judicial.

Críticas, contexto y el papel de la Unión Europea 

La oposición y parte del sector judicial acusan a Sánchez de legislar para protegerse y “blindar por ley su corrupción”, argumentando que estas reformas buscan amedrentar a jueces y limitar la independencia judicial. Sin embargo, la institucionalidad de la Unión Europea representa un obstáculo importante para la consolidación de un modelo populista en España. La presión de Bruselas y el escrutinio internacional han frenado, en parte, las tentaciones de control absoluto.

¿Hacia dónde va la democracia española? 

En resumen, el “sanchismo” representa una deriva preocupante para la democracia española. Si este modelo se consolida, España podría convertirse en el laboratorio europeo de un populismo que, bajo la apariencia de modernidad y progreso, reproduce los peores vicios de los regímenes latinoamericanos:  personalismo, polarización, desprecio por los contrapesos y tolerancia hacia la corrupción. La pregunta es si la sociedad y las instituciones españolas serán capaces de resistir esta deriva o si, como ya ha ocurrido en otros países, el populismo terminará por erosionar los cimientos de nuestra democracia. La historia reciente de América Latina debería servirnos de advertencia: la democracia no se pierde de un día para otro, sino a través de pequeñas concesiones y reformas que, sumadas, acaban por vaciarla de contenido. La responsabilidad recae no solo en los líderes políticos, sino también en los ciudadanos, los medios y las instituciones. Solo una sociedad vigilante y comprometida puede evitar que España siga el camino de los populismos latinoamericanos y preservar la calidad de su democracia.