El Día Universal de los Derechos de la Infancia debería ser una celebración, un momento para reconocer con orgullo cómo protegemos y cuidamos a quienes representan nuestro futuro. Pero, en España, este día sigue siendo un recordatorio incómodo de lo mucho que queda por hacer. Bajo el lema «Esto va de derechos», este año nos enfrenta a una realidad ineludible: estamos llegando tarde, y los niños y niñas no pueden esperar más.
La no discriminación no es un lujo ni un ideal abstracto. Es un derecho básico que sigue siendo negado a demasiados menores, especialmente cuando hablamos de diversidad familiar. Hoy en día, muchos niños aún crecen en entornos donde su hogar es señalado, donde sus padres son juzgados y donde las leyes no los protegen como deberían. Y no hablo solo como observador, sino como alguien que ha vivido esta realidad en carne propia.
Tengo una familia que para algunos sigue siendo “diferente”: dos papás y un niño nacido por gestación subrogada. Una familia como cualquier otra, basada en el amor y el compromiso diario. Y, sin embargo, al intentar visibilizarla, me he encontrado con un rechazo que me cuesta entender. Desde extremos ideológicos opuestos, el odio y los prejuicios se han convertido en herramientas para señalar lo que no encaja en sus moldes.
Lo más grave no es lo que afecta a los adultos, sino lo que supone para los niños. ¿Cómo podemos permitir que se cuestione su derecho a crecer en un entorno seguro y respetado? ¿Cómo justificamos que el odio político o los prejuicios personales conviertan a los menores en víctimas de batallas que no les corresponden?
Este no es solo mi caso. Es la realidad de miles de familias diversas en España. Familias que merecen ser reconocidas, protegidas y celebradas, no juzgadas ni invisibilizadas.
La diversidad familiar es un hecho, y nuestras leyes deben reflejar esta realidad. El Gobierno de España tiene una responsabilidad ineludible: garantizar la seguridad y el bienestar de todos los menores, independientemente de cómo esté formada su familia. Esto no puede seguir siendo un tema pendiente ni una moneda de cambio en debates políticos polarizados.
Es hora de legislar con valentía y sensibilidad, comenzando por aprobar una Ley de Gestación Subrogada Altruista que reconozca plenamente a los menores y a sus familias, garantizando su seguridad y estabilidad. Es imprescindible también simplificar los trámites de adopción, eliminando las barreras burocráticas y sociales que dificultan que tantos niños puedan encontrar un hogar lleno de amor. Además, debemos garantizar la igualdad de derechos para las parejas de hecho y todas las familias, sin distinciones ni prejuicios, consolidando así un marco legal que proteja la diversidad y promueva la inclusión.
Estas medidas no se tratan de ideología, sino de derechos humanos básicos. No podemos seguir dejando a los menores y sus familias en un limbo legal y emocional.
El odio y la discriminación no solo se combaten con leyes. Necesitamos un cambio cultural que eduque en la empatía y el respeto. No podemos permitir que los extremos ideológicos dicten el futuro de nuestros menores.
España debe enviar un mensaje claro: no hay espacio para el odio. Cada niño y niña tiene derecho a crecer en un entorno libre de prejuicios, violencia y discriminación. Ese entorno comienza en las familias, se refuerza en las aulas y debe consolidarse en las leyes.
El Día Universal de los Derechos de la Infancia no debería ser un recordatorio de nuestras carencias, sino una celebración de nuestros logros. Pero, para que eso sea posible, necesitamos actuar ahora. Cada día que pasa sin legislar, sin proteger, sin garantizar derechos, es un día perdido para las familias que solo buscan estabilidad y amor para sus hijos.
Estamos a tiempo de cambiar las cosas. De construir una sociedad que valore la diversidad, garantice la igualdad y ponga a los menores en el centro de sus decisiones. No por nosotros, sino por ellos. Porque esto, realmente, va de derechos. Y el futuro no puede esperar más.
David Enguita