Se puede morir uno de golpe o lentamente. El destino fatal acecha en la mina, tanto por la peligrosidad del trabajo, como porque la decadencia económica amenaza de muerte al sector. Mientras el Gobierno decide las ayudas al sector carbonífero, su supervivencia, cada día hay un asunto a vida o muerte en las entrañas de la tierra, en “el tajo”.
Se despierta antes de que salga el sol para ponerse el casco, enfundarse su traje de faena y abrocharse las botas para descender a la mina. Se despide de su mujer y sus dos hijos con besos. Besos que pueden ser los últimos, pero eso es mejor no pensarlo. “Es muy difícil explicar lo que sientes allí abajo. Es indescriptible. Tampoco te paras a pensar en lo que te puede pasar porque si lo haces no entras. No se puede definir con palabras porque son sentimientos, sensaciones que cada uno las vive de una manera. Hay veces que se te pone un nudo en la garganta”.
Lisardo Suárez Fernández, tiene cuarenta y cuatro años y en sus espaldas pesan veinte de duro trabajo arrancando el carbón de las tripas de las montañas asturianas. Tiene un tono de voz pausado de haber vivido mucho y haber envejecido demasiado pronto. Puede ser porque ha tenido que ver muchas veces y muy de cerca lo más terrible de la vida: la muerte. “He perdido compañeros y familiares. Ver hombres grandes y fuertes arrodillados llorando como un niño, desconsolados por enfrentarse a la muerte de un hijo, un sobrino o un primo…eso es algo muy difícil”, explica Lisardo.
Pero hay que seguir adelante, como hicieron sus familiares. Lo lleva en la sangre y si volviese a nacer no cambiaría su profesión, elegiría de nuevo ser minero. “Soy la cuarta generación de mineros. Mi bisabuelo ya estuvo en una gran huelga en 1917, mi abuelo en la revolución de 1934 y mi padre participó en la huelga del 59, del 63 y del 92. Ahora me toca a mi”. Aún recuerda la primera vez que entró en una mina. “No fue en una mina de montaña, fue en una galería. Me acuerdo que iba caminando hacia la oscuridad y según me iba adentrando la luz se iba haciendo más y más pequeña hasta que despareció y todo era negro”.
Ahora desciende cada día al emblemático pozo María Luisa en Langreo, símbolo de la minería de carbón asturiana y protagonista del himno de los mineros ‘Santa Bárbara bendita’. Allí murieron en los años cincuenta diecisiete trabajadores por una explosión de grisú, el gas mortal que se esconde entre los recovecos de la mina y que si aparece mata. Lisardo sabe bien lo que es porque lo ha vivido en sus propias carnes y ha escuchado la sirena que alerta del peligro y anuncia la muerte. “He tenido que sacar a un compañero por los pies porque se estaba yendo”, recuerda.
Es el fantasma letal que acecha a los mineros y que se oculta entre los agujeros de las húmedas galerías de las minas. Es invisible, transparente y no huele. No hay forma humana de detectarlo, por eso, si aparece las consecuencias son fatales. No avisa, se manifiesta de repente y siembra el terror. Puede explotar o puede surgir sigiloso entre las grietas negras del corazón de la tierra.
Sin embargo, no es el único peligro al que se exponen los mineros cuando se encuentran en el “tajo”. La mina es hostil, traicionera y la amenaza es constante. Las emanaciones de gas, el desprendimiento del mineral, los hundimientos y el fallo de la maquinaria pesada son los grandes desastres que pueden acabar con la vida de los trabajadores. “Tengo compañeros que han perdido un brazo porque los ha pillado la máquina, también puede haber mutilaciones de dedos, muertos. Hace tres años murió un chico que estaba a punto de prejubilarse y quedó pillado entre un vagón y una máquina. Hay infinidad de accidentes”, asegura Lisardo.
Mientras los mineros trabajan para explotar el carbón, además de exponerse a la muerte, padecen unas condiciones de trabajo extremadamente duras. En cuestión de minutos pueden pasar de soportar corrientes de aire heladas a sudar por el calor sofocante. Realizan sobreesfuerzos, se mojan, los trajes se calan, respiran polvo y tragan carbón. El polvo es molesto e irritante, atraviesa los poros de la piel y el carbón penetra hasta los pulmones. “Cuando estas en la cama hay veces que te levantas y las sábanas están sucias porque al sudar los poros de la piel expulsan el polvo acumulado. O por ejemplo, cuando tienes catarro con una tos tremenda y fuertes dolores en el pecho la expectoración es negra. Expectoras carbón”, explica Lisardo.
Así es la rutina del minero. La rutina de unos hombres valientes que detrás de su esfuerzo esconden un tesoro: las mujeres. “Hay que quitarse el sombrero ante ellas: las madres, las hermanas, las hijas. Imagínate que el ser que más quieres se juega la vida todos los días y tu no puedas hacer nada. Sienten impotencia”, recuerda Lisardo. La crueldad de la mina las ha obligado a ser fuertes, a asumir que cualquier día puede ser el último. Son guerreras incansables acostumbradas a luchar y defender el futuro de su familia.
Muerte por decadencia
El futuro es incierto para la mina y se encuentra en decadencia desde hace años. Actualmente en España 5.000 personas dependen de la minería repartidas en un total de quince empresas y algunas de ellas sufren situaciones críticas como Coto Minero del Cantábrico (CMC). Un panorama que poco tiene que ver con el sector durante los años ochenta. Entonces había más de 50.000 mineros del carbón en España. Pero ahora, Europa aprieta las tuercas.
Según la regulación comunitaria, la minería está obligada a adaptarse a unas rígidas condiciones medioambientales y económicas antes de que acabe 2018. En concreto, para seguir adelante con su actividad las empresas mineras están obligadas a devolver las ayudas recibidas en el pasado y deberán desarrollarse con sus propios medios. Órdenes que pretenden acabar con el sector y que desencadenaría el desastre en las cuencas mineras.
Sin embargo, hay quienes consideran que el carbón no es un material obsoleto. Desde la Federación Nacional de Empresarios de Minas de Carbón, explican que las minas han producido la quinta parte de la electricidad española en 2012 y que el carbón genera el 41% de la electricidad mundial. También resalta el esfuerzo realizado en nuestro país en los últimos años para modernizar el sector y respetar el medio ambiente. Carbounión advierte de el peligro que corren muchas poblaciones rurales españolas. “Los recursos públicos que se aprueban en apoyo del carbón refuerzan un rector económico e industrial del que no podemos prescindir, y al mismo tiempo estas ayudas de destinan al mantenimiento de amplias zonas rurales”.
Así las cosas, parece que las minas no dejan de ser un asunto de vida o muerte.